Author/Uploaded by Madeleine Roux
Título original: The Book of Living Secrets Editado por HarperCollins Ibérica, S. A., 2022 Avenida de Burgos, 8B–Planta 18 28036 Madrid harpercollinsiberica.com © del texto: Madeleine Roux, 2022 © de la traducción: Jofre Homedes Beutnagel, 2022 © 2022, HarperCollins Ibérica, S. A. Publicado p...
Título original: The Book of Living Secrets Editado por HarperCollins Ibérica, S. A., 2022 Avenida de Burgos, 8B–Planta 18 28036 Madrid harpercollinsiberica.com © del texto: Madeleine Roux, 2022 © de la traducción: Jofre Homedes Beutnagel, 2022 © 2022, HarperCollins Ibérica, S. A. Publicado por primera vez por Quill Tree Books, un sello de HarperCollins Publishers, 195 Broadway, Nueva York. Adaptación de cubierta: equipo HarperCollins Ibérica ISBN: 9788418774508 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47 Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L. Índice Créditos Dedicatoria Cita Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Capítulo 28 Capítulo 29 Capítulo 30 Capítulo 31 Capítulo 32 Capítulo 33 Capítulo 34 Capítulo 35 Capítulo 36 Capítulo 37 Capítulo 38 Epílogo Agradecimientos Para Nini, Cici y Mimi. Entonces éramos diosas. «El amor no es más que una locura.» Como gustéis, William Shakespeare 1 Moira Byrne no creía en el destino, pero lo encontró en el parque, bajo un árbol sin hojas, frente a un caballete con un lienzo en blanco. Jamás había visto nada tan hermoso: alto, esbelto, de abundante y rebelde pelo negro y dedos de pintor. Acababa de unirlos el destino. «Qué romántico», pensó. Y qué trágico. ¿Cómo podía estar sin compañía un ser tan bello? —¿Quién es ese chico? —preguntó, hablando sola. Sus compañeros de pícnic no la oyeron, pero en su fuero interno Moira repetía sin descanso la misma pregunta. ¿Quién era? Tenía que ser suyo. A su lado, en la manta de pícnic, estaba su prometido, Kincaid Vaughn, enfrascado en un libro. El tiempo que le dedicaba a la lectura, la ciencia y los experimentos nunca lo tenía para ella. Contemplando al joven del pincel, Moira se preguntó qué sentiría al cogerle la mano y darle un beso, y en su interior nacieron dos certezas: que no podría casarse con su prometido y que haría cualquier cosa para conquistar al apuesto pintor. Encargó a Greta, su criada, que lo abordase más tarde sin llamar la atención. A su regreso, Greta trajo un nombre y una prenda; también él se había fijado en Moira, y le había dado a la criada un pañuelo para que se lo entregase a esa joven tan bella, de pelo rojo como el fuego y ojos verdes: un rectángulo de algodón con manchas de pintura negra. —Es francés —añadió Greta—. Tiene un acento muy gracioso. «Severin Sylvain —dijo Moira para sus adentros, repitiendo el nombre que acababa de averiguar—. Tarde o temprano será mío. Renunciaría a cualquier cosa con tal de ser suya: mi fortuna, mi familia, mi aliento…». Moira Byrne no creía en el destino, pero sí en el amor verdadero, en la unión de dos almas; almas que no solo unía el matrimonio, sino un lazo irrevocable, el del hilo del Hado. Si los separaban, sangraría, porque no podía negarse que amar era sufrir: el corazón de Moira sentía un ansia dolorosa por el objeto de sus deseos, que obtendría a cualquier precio. Moira, capítulo 2 Connie, enfundada en tul naranja, se paró en la puerta de la casa de su acompañante. Su mejor amiga, Adelle, que estaba a su lado, sofocó un grito de impaciencia. Con tanta tela acampanada y tanto naranja fosforito, Connie tenía la impresión de ser un crepúsculo en otro planeta. También ella se sentía extraterrestre. Respiró profundamente y levantó la mano para llamar a la puerta de Julio. Era el día de Sadie Hawkins, cuando las chicas elegían a su pareja de baile. —No puedo, Delly —dijo casi sin voz. Sonó como un globo al desinflarse. Adelle dio un paso hacia ella, estupefacta. Bajo los apliques de cristal colgados delante de la puerta, parecía que brillara con luz propia. Había alquilado un vestido de gala victoriano en una tienda de vestuario escénico de Brookline: suntuoso terciopelo verde, encaje negro y un polisón de verdad, para adecuarse al estilo de su personaje literario favorito. «¿A que es clavado? ¿A que parezco Moira?», le había dicho a su amiga. Adelle, rubia y llena de pecas, tenía poco que ver con una pelirroja como Moira, con su tez de muñeca de porcelana, pero Connie la había visto tan feliz, tan radiante de emoción en el probador de la tienda, que le había confirmado que parecía Moira, alegrándole el día a su amiga, y de paso a sí misma, al menos hasta que Adelle le recordó que las dos tenían que ir acompañadas. ¿Por qué no Julio, que en clase no paraba de mirarla? Hasta a los padres de Connie, tan católicos y estrictos, les caía bien, lo cual ya era mucho. —¿Qué pasa? —preguntó Adelle cogiéndola por la muñeca para apartarla de la puerta de Julio—. Es normal estar nerviosa. Los chicos dan un miedo atroz. —No es por eso —masculló Connie. Lo era y no. A ella Julio no le daba miedo, pero no le apetecía ir al baile con él. ¿Un uno contra uno en el campo de fútbol? Ningún problema. ¿Un lento en el gimnasio, con luces de discoteca y globos violetas baratos? No, gracias. De noche, en la cama, bajo los pósteres de Megan Rapinoe, Layshia Clarendon, Serena y Abby Wambach que tenía en el techo, se había planteado si tendría el valor de invitar al