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La mala costumbre

Author/Uploaded by Alana S. Portero

Índice Portada Sinopsis Portadilla Dedicatoria Citas El ángel caído La bruja del final de la calle Di mi nombre Barbazul vive en el bajo izquierda Flotando sobre los escombros Ráfagas brillantes Las chicas Carita de piedra Las mujeres solas El mismo bosque Jay Más allá de San Blas La familia Per sempre Profecía autocumplida Nocturno No pasa nada Marrano Calipso Eugenia Las Moiras Las alas de la C...

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Índice Portada Sinopsis Portadilla Dedicatoria Citas El ángel caído La bruja del final de la calle Di mi nombre Barbazul vive en el bajo izquierda Flotando sobre los escombros Ráfagas brillantes Las chicas Carita de piedra Las mujeres solas El mismo bosque Jay Más allá de San Blas La familia Per sempre Profecía autocumplida Nocturno No pasa nada Marrano Calipso Eugenia Las Moiras Las alas de la Chinchilla Un reencuentro * La piel fría Volver Un plato de setas La gata bajo la lluvia Todas las mujeres Créditos Gracias por adquirir este eBook Visita Planetadelibros.com y descubre unanueva forma de disfrutar de la lectura ¡Regístrate y accede a contenidos exclusivos! Primeros capítulosFragmentos de próximas publicacionesClubs de lectura con los autoresConcursos, sorteos y promocionesParticipa en presentaciones de libros Comparte tu opinión en la ficha del libroy en nuestras redes sociales: Explora Descubre Comparte SINOPSIS Narrada desde una singular y desgarradora voz en primera persona, La mala costumbre recorre la adolescencia de una niña atrapada en un cuerpo que no sabe habitar, que intenta comprenderse a sí misma y al mundo en el que vive, desde su infancia en una familia de clase obrera en el barrio de San Blas, arrasado por la heroína en los años ochenta, hasta las noches clandestinas en el centro de Madrid de los noventa. Como en una versión bastarda del viaje del héroe, yonquis, divas pop y ángeles caídos la acompañan en un viaje vital en el que, al final, serán otras mujeres quienes le ayuden a superar la violencia que encuentra a cada paso. La mala costumbre es una novela cruda y feroz, pero también poética y conmovedora, en la que los extremos se tocan para mostrarnos por qué el resentimiento y la rabia contra el sistema son completamente válidos para sobrevivir en una sociedad que no acepta a los que son diferentes. Dueña de un universo creativo único en el que conviven el teatro, la historia clásica y el activismo, Alana S. Portero debuta en la ficción con esta novela deslumbrante que se ha convertido en un fenómeno editorial internacional antes de su publicación. Alana S. Portero La mala costumbre A María Cardona, que es Τύχη I’m falling Depths endless Worlds turn to smoke One hundred years flicker I kiss the snow Is it cold in the water? Is it cold in the water? Is it cold in the water? (I’m swimming, I’m breathing, evaporating) Is it cold in the water? (I’m liquid, I’m floating into the blue) SOPHIE XEON Recuerdo cuando vivir era un peligro pero nos sentíamos vivas. Recuerdo cuando hormonarse era un suicidio. Recuerdo cuando las barras de labios y el semen sabían a algodón de azúcar. Recuerdo cuando éramos un fuego fuera de control. Recuerdo cuando fuimos felices. Recuerdo cuando pudimos ser héroes. Recuerdo cuando nos volvíamos corderos para ser carne para el cazador. Recuerdo cuando no me quería morir. Técnicamente ya estoy muerta. ROBERTA MARRERO EL ÁNGEL CAÍDO Vi caer como ángeles terminales a una generación entera de muchachos. Adolescentes con la piel gris a los que les faltaban dientes, que olían a amoniaco y a orina. Flanqueaban con sus escorzos la salida del metro de San Blas en la calle Amposta y las praderitas del parque El Paraíso como cristos de Mantegna. Cubiertos de agujas como san Sebastián. Sentados o tendidos de cualquier manera. Moviéndose apenas, lentos y sincopados como muñecos rotos. Con la sonrisa elevada de los crucificados. Indefensos pero ya flotando en lugares donde nada podía tocarlos. Los vi brotar y hacerse cada vez más lentos hasta alcanzar la quietud final y descomponerse en el fango que se acumulaba en nuestro barrio con nombre de santo pero dejado de la mano de Dios. La primera vez que me enamoré fue de uno de aquellos ángeles. Se precipitó desde la ventana de casa de sus padres, que quedaba encima de nuestro bajo de treinta y cinco metros cuadrados, con una jeringuilla clavada en el pie. Mi vecino Efrén apareció muerto en la calle, medio desnudo, delante de mi puerta. Yo aún no había cumplido los seis años, llevaba un parche en un ojo y tartamudeaba. Creo que fueron los lamentos de su madre los que alertaron a los habitantes del bloque de tres pisos sin portal, con escalera exterior, en el que vivíamos. Llegamos antes que la policía, que se tomaba su tiempo para hacer su trabajo cuando se trataba de San Blas. Para ellos, para toda autoridad, solo era otro yonqui muerto, el hijo de alguna obrera deslomada por fregar escaleras a la que, probablemente, su niño del alma ya le habría desvalijado varias veces la casa para meterse caballo. El caso es que no recuerdo a Efrén vivo. Solo tengo la imagen que pude rescatar de entre las piernas de mi madre y mi vecina Lola, con el único ojo del que disponía, como si estuviese mirando por una cerradura. Las madres de mi barrio no abrazaban a sus hijos muertos como las vírgenes en las piedades renacentistas. Lo hacían volcadas sobre los cuerpos, a gritos, despeinadas, con los ojos hinchados y babeando. Cubriendo a sus criaturas como podían, arropándoles como bestias desesperadas, llamándoles hasta dejarse la voz en la acera, clavándoles las uñas en la carne, yéndose con ellos de alguna manera. Esos «¡ay, hijo mío!», si los has escuchado alguna vez, no te abandonan nunca. Permanecen en el archivo sonoro de la memoria como campanadas fúnebres que te obligan a agitar la cabeza para exorcizarlas. Efrén era guapísimo, y el vacío les sentaba bien a esos rasgos suaves de quien no ha llegado a ser un hombre. Una sobredosis le había llevado al lado frío. Llevaba poco tiempo enganchado y la heroína apenas había moldeado sus facciones, solo había intervenido en el color de su piel con la cualidad de la ceniza. Fue la primera vez que quise besar a alguien. Su cuerpo había quedado tendido delante de un jardín raquítico que había frente a nuestras casas, justo bajo uno de los arcos

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