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Planeta Renegado (libro 4)

Author/Uploaded by J.N. Chaney

Contents Planeta Renegado (libro 4) Copyright Dedication Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Epílogo Notas del autor Sobre Planeta Renegado (libro 4) 
 
 
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Contents Planeta Renegado (libro 4) Copyright Dedication Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Epílogo Notas del autor Sobre Planeta Renegado (libro 4) 
 
 
 
 J.N. Chaney
 
 Planeta Renegado (libro 4)
 
 Traducción de Jesús Gómez Gutiérrez
 
 
 
 Saga
 
 
 
 
 
 
 
 Planeta Renegado (libro 4)
 
 
 Translated by Jesús Gómez Gutiérrez
 
 
 Original title: Renegade Lost
 
 
 Original language: English
 
 
 Copyright © 2018, 2022 J.N. Chaney and SAGA Egmont
 
 
 All rights reserved
 
 
 ISBN: 9788728040027
 
 
 1st ebook edition
 Format: EPUB 3.0
 
 
 No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
 
 
 www.sagaegmont.com
 Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
 
 
 
 
 
 
 Para mi padre, que me enseñó a trabajar.
 
 
 
 
 
 
 Capítulo 1
 
 
 —Entrando en la atmósfera —informó Sigmond—. Prepárense para unas leves turbulencias.
 Yo estaba sentado en el puente, viendo cómo entraba la Estrella Renegadaen la capa superior de la estratosfera de un planeta desconocido que estaba en mitad de ninguna parte. Si las circunstancias hubieran sido distintas, quizás habría pasado de él: estaba cubierto de hielo y nieve, y no parecía que hubiera nada de verdadero valor en la superficie.
 Sin embargo, acababa de recibir una transmisión en la que se me advertía de que me mantuviera lejos, porque aquel mundo pertenecía a la Tierra, el hogar perdido de la humanidad; un sitio que, durante mucho tiempo, me pareció un cuento de los que se narran a los niños antes de dormir. Eso fue antes de que conociera a Abigail, Lex, Freddie y Atenea… antes de que descubriera una luna portátil que también podía hacer las veces de superarma. En los últimos días, había visto tantas pruebas de la existencia de la Tierra como para reescribir por completo los libros de historia. No es que yo quisiera ese trabajo; no era ni un académico ni un historiador; no me interesaba cambiar el estado de la galaxia o las creencias de nadie. Solo era un renegado que intentaba sobrevivir y mantener su tripulación a salvo.
 Mientras mi nave proseguía su descenso, oí que la puerta del puente se abría a mis espaldas. Era Abigail, que entró a toda prisa.
 —¿Vamos a bajar al planeta? —preguntó.
 Al parecer, había visto la atmósfera por la ventanilla y se había preocupado. No me extrañó su confusión. Yo había adoptado la decisión de investigar la transmisión en el último momento, y no me había tomado la molestia de consultárselo.
 —Siéntate —dije, invitándola con la mano—. Tenemos una situación.
 Ella se sentó sin ni tan siquiera intentar discutir y clavó la vista en la imagen holográfica de la consola, que mostraba la disposición topográfica de todo el continente.
 —Escucha esto —espeté, dando un golpecito a la consola.
 Volví a poner la transmisión y me recosté en el asiento. La voz de la misteriosa mujer llenó el puente de mando: «Atención, este mundo es propiedad de la Tierra. En virtud del tratado de colonización vigente, todas las naves en tránsito deben evitar la órbita si no quieren sufrir los efectos de la red defensiva».
 Abigail se giró hacia mí con los ojos muy abiertos.
 —¿Esto es real? —preguntó.
 —Eso parece —contesté, cortando la señal—. Lo descubriremos pronto.
 —O no —replicó ella—. Esa mujer estará muerta, ¿no crees? Puede que bajemos para nada.
 —¿Quieres que dé la vuelta? —cuestioné, sabiendo lo que iba a decir.
 Ella guardó silencio durante unos instantes y, a continuación, sacudió la cabeza.
 —No, veamos qué es.
 Yo asentí, satisfecho. Abby no era tonta. Cualquier cosa relacionada con la Tierra merecía ser investigada, por fútil que pareciera. Los dos lo sabíamos. Si Titán no aparecía —algo ciertamente posible—, tendríamos que encontrar la forma de salir de allí por nuestros propios medios. Quizás halláramos respuestas en aquel planeta. Quizá diéramos con las piezas para arreglar el motor de deslizamiento. En cualquier caso, quedarnos sentados en el espacio esperando a que nos rescataran no era una opción admisible. No para nosotros. No éramos de los que se cruzan de brazos.
 La tormenta de nieve había empeorado cuando atravesamos las nubes y nos acercamos a la superficie. Mis ventanillas se habían llenado de escarcha con tanta rapidez que pensé que nos enterraría antes de que tomáramos tierra.
 Cuando por fin aterrizamos, la fuerza del viento había aumentado considerablemente, y yo supe que no podríamos empezar nuestra investigación hasta que amainara.
 Solté un suspiro pesado.
 —Supongo que tendremos que esperar —di un golpe a mi Foxy Stardust cabezón y vi cómo rebotaba—. De momento, será mejor que descansemos. Los dioses saben que lo necesito.
 
 
 El olor procedente de la cafetera llenó la estancia con un aroma tan intenso que tuve ganas de sonreír.
 Me serví una copa y olí el delicioso brebaje. Habría estado bien que su sabor estuviera a la altura de su olor, pero esa cafetera había salido de una nave de la Unión. Yo llevaba días queriendo sustituir el maldito trasto; pero, entre tantos combates y huidas, no había tenido ocasión. Además, Titán tenía sus propios dispensadores de comida, y la cafetería hacía un trabajo decente con la producción de café artificial. Me acostumbré a él, y pospuse la idea de cambiar de cafetera. Quise

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