¡Deja todo por mí! (Spanish Edition)

Primera edición. ¡Deja todo por mí! ©Ariadna Baker. ©Marzo, 2023. Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor. ÍNDICE Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Epílogo RRSS Capítulo 1 No es nada sencillo cerrar un capítulo de tu vida cuando era todo lo que habías conocido hasta ahora y en el que vivías cómodamente. Pero tenía que hacerlo, las circunstancias me obligaban a que fuese así, ya no me quedaba nada para seguir aquí. Vivía en un pueblo perdido en medio de una sierra en el que no es que nos conociésemos los pocos vecinos que vivíamos allí, sino que éramos como una gran familia. Fui criada por mi abuela que llevaba viuda muchísimos años y que fue la que me sacó adelante sola, no tengo recuerdos de nadie más. Mi madre, su hija, quedó embarazada cuando se fue unas vacaciones con su amiga a Málaga, nunca recordó qué pasó aquella noche en la que bebió más de la cuenta y, producto de eso, nací yo. El problema es que mi madre era un alma libre, digamos que un tanto hippy, de esas personas que tenía claro que quería salir del pueblo desde que era pequeña, pero, yo no estaba en sus planes y aquí me dejó, con apenas un año. Eso sí, me llamaba todos mis cumpleaños, ese día no fallaba, seguramente mi madre con ese detalle, pensaba que ya estaba exculpada todo el año. Nunca la odié, tan solo no comprendí que pudiese elegir esa vida teniéndome entre sus brazos y ni siquiera, lo llegase a dudar. Dos meses hacía que mi abuela murió y en los que decidí que era hora de salir de este lugar y comenzar una nueva vida, además, hecho que conllevó que vendiese la casa, esa que tiempo atrás puso a mi nombre. Me despedí el día anterior de todos mis vecinos, esos que hicieron una fiesta en el centro de la calle del pueblo, la única que había. Se llenó todo de comida, bebida y echamos un día precioso en el que todos me deseaban que fuese feliz en mi nueva vida y que, si alguna vez decidía regresar, tenía todas las casas deseando acogerme. —Ya cada vez quedamos menos gente aquí —dijo suspirando una de las vecinas. —Lo peor es que se nos van muchos jóvenes —había comentado otra. —Como sigamos así, no vamos a celebrar más bautizos —lamentó otra. —Vamos, señoras, no se agobien, en nada tenemos en el pueblo al nieto de Serafina, que ese nos va a dar vida a todos —recordó con entusiasmo otra vecina. —Desde luego, ese chiquillo va a ser un consentido, como lo fui yo —reí recordando las veces que aquellas mujeres, junto con mi abuela, me malcriaron. —A ti es que no vamos a poder olvidarte, niña —la señora Serafina se secó las lágrimas, y yo me armé de valor para no llorar. Tras una despedida por todo lo alto, como si una servidora fuera a irse a hacer carrera en Hollywood, poco menos, decidí hacer una última cosa en aquel día, el de mi despedida de todo lo que había conocido hasta el momento. —Aquí tienes a tu nieta de alma, abuela —dije frente al lugar en el que reposaba su cuerpo, donde su alma al fin descansaría en paz. Solo que la pobre se había ido de este mundo, tal como decía ella, sin ver a sus niñas juntas una vez más. El recuerdo de su hija dejando el pueblo y olvidándose de mí, era lo que seguía atormentándola cada día. —No vas a poder ver en vivo y en directo el momento en que me reencuentre con mi madre, pero sé que desde allí donde estés, podrás verlo. Te he querido mucho, abuela, y aunque fue ella quien me dio la vida, fuiste tú quien hizo de mí la mujer que soy hoy en día. Tú me sacaste adelante, tú me ponías esos paños húmedos para quitarme la fiebre, eras la que se desvelaba por las noches y calmabas mi llanto, la que cantaba nanas y hacía mis postres favoritos. No es más madre quien engendra y pare, sino quien está ahí para las buenas y las malas, como siempre decías. Y tú, abuela, fuiste y siempre serás mi madre. No quería llorar y aquí estoy, a moco tendido —aparté las lágrimas casi de un manotazo—. No creas que me voy a olvidar de ti, que no lo voy a hacer. Y sé que dirías que no me preocupe, que estás con el abuelo, así que, ahórrate el sermón. Te quiero, y allá donde la vida me lleve, tú irás conmigo, en mi corazón. Antes de seguir llorando como si no hubiera un mañana, me marché de aquel lugar con la promesa, tanto a mí misma como a mi abuela, de que encontraría aquellas respuestas que necesitaba. Y llegó el momento, la hora de partir y dejar atrás todo lo que conocía. Un taxi me llevó hasta el aeropuerto de Málaga, donde, llena de nervios, conseguí facturar las dos maletas en las que llevaba toda mi vida, ropa y algún que otro objeto personal, pero tenía poco, en la sierra no necesitabas mucho más que estar conectada con el lugar. —Bienvenida —dijo la azafata que escaneó mi billete con una sonrisa de anuncio—. Que disfrute del vuelo. —Gracias —respondí de igual modo, sonriendo, pero una normalita, que yo no me veía en la tele promocionando dentífrico. Abordé el primer avión que no solo me hizo vivir