Author/Uploaded by Margaret Rogerson
Título original: Sorcery of Thorns Copyright © 2019 by Margaret Rogerson Derechos de traducción cedidos por KT Literary LLC. y Sandra Bruna Agencia Literaria, SL. Todos los derechos reservados © de los detalles: GB_Art / Shutterstock © de la traducción: Pilar Ramírez Tello,...
Título original: Sorcery of Thorns Copyright © 2019 by Margaret Rogerson Derechos de traducción cedidos por KT Literary LLC. y Sandra Bruna Agencia Literaria, SL. Todos los derechos reservados © de los detalles: GB_Art / Shutterstock © de la traducción: Pilar Ramírez Tello, 2022 © de la presente edición: Nocturna Ediciones, S.L. c/ Corazón de María, 39, 8.º C, esc. dcha. 28002 Madrid [email protected] www.nocturnaediciones.com Primera edición en Nocturna: febrero de 2023 ISBN: 978-84-18440-94-6 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Para todas las chicas que descubrieron quiénes eran gracias a los libros. EMBRUJO DE ESPINAS Uno La noche caía cuando la muerte entró en la Gran Biblioteca de Summershall. Llegó dentro de un carruaje. Elisabeth estaba en el patio y vio a los caballos cruzar las puertas con gran estruendo; tenían los ojos desorbitados y lanzaban espumarajos por la boca. Sobre ellos, los últimos rayos del atardecer iluminaban las ventanas de la torre de la Gran Biblioteca, como si las habitaciones del interior estuvieran ardiendo; pero la luz se retiraba rápidamente, se encogía hacia el cielo y apartaba sus largos dedos de sombras de los ángeles y gárgolas que protegían los parapetos empapados de la biblioteca. En el lateral del carruaje, una insignia dorada reflejó la luz al pararse el vehículo, entre traqueteos: una pluma y una llave cruzadas, el símbolo del Collegium. Los barrotes de la parte de atrás lo transformaban en una celda. A pesar del frescor nocturno, a Elisabeth le sudaban las palmas de las manos. —Escriba —le dijo la mujer que tenía al lado—, ¿tienes la sal? ¿Los guantes? Elisabeth se dio unas palmaditas en las correas de cuero que llevaba cruzadas sobre el pecho y palpó tanto las bolsas que contenían como el bote de sal que le colgaba de la cadera. —Sí, directora. Solo le faltaba una espada, aunque no se la ganaría hasta ascender a alcaide, después de muchos años de entrenamiento en el Collegium. Pocos bibliotecarios llegaban tan lejos. O se rendían o morían. —Bien. La directora guardó silencio. Era una mujer fría y elegante con rasgos pálidos como el hielo y cabellos rojos como llamas. Una cicatriz le recorría la cara, desde la sien izquierda hasta la mandíbula, y le formaba un frunce en la mejilla que le tiraba de la comisura de los labios por ese lado. Al igual que Elisabeth, llevaba correas de cuero sobre el pecho, pero vestía uniforme de alcaide bajo ellas, no una túnica de aprendiza. La luz de las lámparas se reflejaba en los botones de latón de su abrigo azul oscuro y en las lustrosas botas. La espada que le colgaba del cinturón, en el costado, era estilizada y ahusada, con granates en el pomo. Esa espada era famosa en Summershall. Se llamaba Asesina de Demonios y la directora la había usado para luchar contra un malefactor cuando tenía tan solo diecinueve años. Así se había ganado la cicatriz, que, según se rumoreaba, le provocaba un dolor atroz cada vez que tenía que hablar. Elisabeth dudaba de la precisión de dichos rumores, pero era cierto que la directora escogía sus palabras con cuidado y jamás sonreía. —Recuerda —siguió diciendo la mujer al fin—: si oyes una voz dentro de la cabeza cuando lleguemos a la cámara, no escuches lo que te diga. Se trata de un clase ocho que tiene cientos de años, no podemos tratarlo a la ligera. Desde su creación, ha vuelto locas a decenas de personas. ¿Estás preparada? Elisabeth tragó saliva. El nudo que se le había formado en la garganta le impedía responder. Todavía no se creía del todo que la directora le estuviera hablando y menos que la hubiera llamado para ayudarla a transportar una entrega a la cámara acorazada. Lo más habitual era que semejante responsabilidad recayera sobre alguien con un rango muy superior al de aprendiza de bibliotecaria. La esperanza le rebotaba en el pecho como un pájaro atrapado dentro de una casa: alzaba el vuelo, caía y volvía a volar de nuevo, exhausto con la promesa del cielo abierto al otro lado. El terror lo perseguía como una sombra. «Me está ofreciendo la oportunidad de demostrar que merece la pena entrenarme para ascender a alcaide —pensó—. Si fracaso, moriré. Así, por lo menos, valdré para algo. Pueden enterrarme en el jardín para servir de alimento a los rábanos». Se secó las sudorosas palmas de las manos en la túnica y asintió con la cabeza. La directora se dispuso a cruzar el patio y Elisabeth la siguió. Oía crujir la grava bajo sus pies. Un hedor horrendo espesó el aire al acercarse, como el del cuero mojado que se pudre en la playa. Elisabeth había crecido en la Gran Biblioteca, rodeada del olor a tinta y pergamino de los tomos mágicos, pero aquello no tenía nada que ver. La pestilencia hacía que le picaran los ojos y le ponía la piel de gallina. Incluso estaba inquietando a los caballos, que tiraban de sus correas sin dejar que el conductor los calmara. En cierto modo, los envidiaba, ya que al menos ellos no sabían lo que habían transportado desde la capital. Un par de alcaides se bajaron de la parte delantera del carruaje y plantaron las manos en las empuñaduras de las espadas. Elisabeth se obligó a no encogerse cuando la fulminaron con la mirada, y procuró permanecer erguida y con la barbilla alta, e incluso imitar su expresión inmutable. Quizá nunca se ganara una espada, pero
Author: Alexa Woods; Sienna Harper
Year: 2023
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