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Algunos días de abril (Inspector Mascarell 14)

Author/Uploaded by Jordi Sierra i Fabra

A ella, y a todos los que la querían Día 1 Martes, 15 de abril de 1952 1 Se estaba mirando en el espejo, de perfil, cuando entró Patro en la habitación. Acababa de sacar pecho, meter la barriga para dentro y aguantar la respiración unos segundos antes de rendirse y regresar a la postura inicial. Su cara lo decía todo. Desaliento puro. —Presumido —le dijo ella mientras dejaba la ropa planchada enc...

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A ella, y a todos los que la querían Día 1 Martes, 15 de abril de 1952 1 Se estaba mirando en el espejo, de perfil, cuando entró Patro en la habitación. Acababa de sacar pecho, meter la barriga para dentro y aguantar la respiración unos segundos antes de rendirse y regresar a la postura inicial. Su cara lo decía todo. Desaliento puro. —Presumido —le dijo ella mientras dejaba la ropa planchada encima de la cama antes de ordenarla en el armario. Miquel no contestó. Continuó observando su cuerpo en el espejo con el ceño fruncido. Llevaba puestos únicamente los calzoncillos. —Mira que te los quito, ¿eh? —advirtió Patro. Le dirigió una mirada irónica a su mujer. Desde allí oían a Raquel jugar en el comedor. Las posibilidades de hacer algo en aquel momento eran tan remotas como esperar que Franco se retirase a un convento y devolviera el país a la legalidad. —Estoy engordando. —Fue sincero. —¡Oh, sí! —asintió ella sin volver la cabeza, concentrada en lo suyo. —Va, menos coñas. —Que sí, que sí, que te estás poniendo fondón. —Te lo digo en serio —proclamó en tono lúgubre. Patro ya no pudo más. Se cruzó de brazos y lo atravesó con una de sus miradas burlonas. Por una vez, a Miquel no le hizo tanta gracia el buen humor de su mujer. —Cariño, llegaste en los huesos hace cuatro años y medio. ¿Te lo recuerdo? Y lo sé bien, porque te vi desnudo. Eras un saco de huesos. Ahora comes, llevas una vida sana y ordenada. Estás bien. ¿Qué más quieres? —Solo te falta agregar que tengo… —Sí, ya —lo interrumpió—. ¡Un montón de años! —Y agregó—: ¡Eres un quejica! —¿Y qué quieres que le haga si me veo barrigón? —¡Tú no tienes barriga, por Dios! —Se enfadó en serio—. ¿Has visto al del cuarto? ¡Ése sí tiene barriga, que no puede ni verse los pies! ¡Y es más joven que tú! —Gracias. —¿Gracias por qué? —Por llamarme joven. —¡Te estás volviendo gruñón! ¡A los ochenta no habrá quien te aguante! —Siempre he sido gruñón. Miquel soltó un largo suspiro y se la quedó mirando. Le caía un mechón por la frente, llevaba el delantal manchado aquí y allá, iba en zapatillas. Aun así se le antojó lo más bonito que hubiera visto en la vida. Patro captó la intención. Se le acercó. —Es la primavera. —Sonrió dulce—. Siempre te altera la sangre. —¿De verdad no me ves barrigón? —No, Miquel. No te veo barrigón. —Por la calle cada vez nos miran más. —¿Vas a venirme con la monserga de que me doblas la edad? —Un poco más que doblar. Había dos opciones: enfadarse y dejarlo solo con sus manías, o abrazarle y dedicarle unos mimos como si tuviera la misma edad que Raquel. Optó por lo segundo. Lo abrazó y le acarició la nuca con una mano. La otra le presionó una nalga. —Culo sí tienes. —Patro… Ella intentó no reír. —Eres un crío, y lo sabes —le susurró al oído—. Pareces un náufrago de amor pidiendo una caricia. —Siguió hablando antes de que lo hiciera él—. Y sé lo duros que fueron esos ocho años y medio en el Valle de los Caídos, no hace falta que me lo recuerdes. Pero ahora estamos juntos, lo tenemos todo, una vida, Raquel. No entiendo por qué le das tantas vueltas en la cabeza a lo que no importa, y encima con problemas inventados. Me duele que digas eso, y más que lo pienses. —Si estuviera solo no me importaría estar gordo. —Si estuvieras solo estarías muerto —le espetó Patro. —También. —Le dio la razón. Siguieron abrazados unos segundos, en silencio. La mano de la nuca seguía allí, acariciándole la cabeza. La otra abandonó la nalga y subió por la espalda. Se detuvo en la herida. La huella indeleble de aquella bala. —El día 24 hará dos años del regalo de tu espía rusa —susurró. —No era mi espía. Y el regalo me lo hizo Pavel, no ella. —Pero me dijiste que era guapa. —Una Mata Hari, sí. Pero también hay alimañas hermosas, arañas, serpientes… —Si te hubieran matado… —Patro se pegó a él, de pies a cabeza. Miquel pudo sentirla. Siempre la sentía, pero a veces… El beso ya duraba diez segundos cuando oyeron la llamada de Raquel. Se separaron. —Si me hubieran matado, ésta no estaría aquí. —Sonrió—. Recuerda que la hicimos poco después. El beso de su mujer fue rápido, fugaz. Dio media vuelta y lo dejó de nuevo solo en la habitación, con los calzoncillos como única vestimenta… aunque ahora un poco más hinchados por delante. Se resignó. Y volvió a mirarse en el espejo. De acuerdo, no estaba gordo, ni tenía la barriga del vecino del cuarto, pero era evidente que había ganado peso. Quizá debiera caminar más y ahorrarse los taxis cada vez que ayudaba a Fortuny en un caso. En invierno todavía tenía excusas, pero con el buen tiempo… Le dio la espalda al espejo y miró la puerta por la que acababa de salir ella. La oyó hablarle a Raquel con su extravertido tono de felicidad. Patro no había engordado, estaba igual, ni siquiera se había resentido por el embarazo y el parto trece meses antes, pero desde luego era mucho más feliz. La mujer perdida por la guerra primero y la posguerra después había dado paso a alguien muy distinto. Estaba aún más guapa. Quizá fuera eso lo que le hacía sentirse un poco mal. Solo un poco. Se quejaba por nada. Ganas de amargarse la vida. Se estaba poniendo los pantalones cuando regresó con la niña cogida de la mano. Raquel daba los primeros pasos con ciega determinación, dispuesta a echar a correr y no parar. El mundo, una carretera. —Pero ¿quién es esta preciosidad que ya camina? —Se agachó para recibirla. Fueron unos segundos de besos, risas, cosquillas y felicidad. Patro volvió a dedicarse a la ropa que había colocado sobre la cama, pero sin dejar de inundarlos

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