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Delilah Green pasa de todo

Author/Uploaded by Ashley Herring Blake

Argentina • Chile • Colombia • EspañaEstados Unidos • México • Perú • Uruguay Título original: Delilah Green does’t Care Editor original: A JOVE BOOK Published by Berkley An imprint of Penguin Random House LLC Traducción: Aitana Vega Casiano 1a. edición Mayo 2023 Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las san...

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Argentina • Chile • Colombia • EspañaEstados Unidos • México • Perú • Uruguay Título original: Delilah Green does’t Care Editor original: A JOVE BOOK Published by Berkley An imprint of Penguin Random House LLC Traducción: Aitana Vega Casiano 1a. edición Mayo 2023 Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público. Copyright © 2022 by Ashley Herring Blake All Rights Reserved © 2023 de la traducción by Aitana Vega Casiano © 2023 by Ediciones Urano, S.A.U. Plaza de los Reyes Magos, 8, piso 1.º C y D – 28007 Madrid www.titania.org [email protected] ISBN: 978-84-19131-17-1 E-ISBN: 978-84-19497-93-2 Depósito legal: B-4.490-2023 Fotocomposición: Ediciones Urano, S.A.U. Impreso por Romanyà Valls, S.A. – Verdaguer, 1 – 08786 Capellades (Barcelona) Impreso en España – Printed in Spain Para Rebecca Podos, que siempre se adentra conmigo en lo desconocido. 1 Delilah abrió los ojos por el zumbido de la mesita. Parpadeó en la habitación desconocida hasta que enfocó la vista. Una vez. Dos. Tenían que ser al menos las dos de la mañana, quizá más tarde. Buscó el móvil a tientas y las sábanas de seda blanca se le enredaron en los muslos desnudos al darse la vuelta para detener la vibración, que sonaba lo bastante alto como para despertar a… ¡Mierda! Le había vuelto a pasar. El nombre de la mujer que yacía en la cama a su lado se había escurrido entre los recuerdos de la noche anterior y le era imposible descifrar las letras en la nebulosa que conformaba la exposición en la pequeña galería Fitz en el Village, en la que unas cuantas de sus fotos colgaban de las paredes mientras un puñado de clientes asentían y alababan su trabajo, aunque nunca lo suficiente como para comprar algo, y el champán no dejaba de correr. Después, un bar de lo más florido en MacDougal Street y una cantidad infernal de bourbon. Delilah echó un vistazo por encima del hombro a la mujer blanca que dormía a su lado. El pelo corto y rubio oscuro, la piel suave. Una boca bonita, muslos anchos y manos mágicas. ¿Lorna? Lauren. No. Lola. Se llamaba Lola, seguro. Quizás. Delilah se mordió el labio y estiró la mano hacia el móvil, que seguía girando en la mesita. Entrecerró los ojos para leer el nombre que brillaba en la pantalla en medio de la oscuridad. «Pelmanastra». Apenas esbozó una sonrisita por cómo había guardado el nombre de su hermanastra en la lista de contactos antes de rechazar la llamada. Un acto reflejo. Por experiencia, una llamada a las dos de la madrugada nunca auguraba nada bueno, y menos aun cuando era Astrid Parker quien se encontraba al otro lado de la línea. Además, ¿quién seguía llamando por teléfono? ¿Por qué no le mandaba un mensaje como una persona normal? A ver, sí, era posible que Delilah tuviera varios mensajes sin contestar en la bandeja de entrada, pero, en su defensa, últimamente no había sido más que un saco de piel inútil que se arrastraba entre pagar el alquiler y prepararse para la exposición en Fitz, donde su obra solo había aparecido porque conocía a la propietaria, Rhea Fitz, una antigua compañera camarera cuya abuela muerta le había dejado dinero suficiente para abrir su propia galería. Las últimas semanas habían sido una nebulosa de trabajar de camarera a media jornada en el River Café de Brooklyn y como fotógrafa de bodas y retratos. Estaba a una catástrofe de tener que mudarse a Nueva Jersey y, si alguna vez quería meter la cabeza en el despiadado mundo del arte de Nueva York, Nueva Jersey no bastaría. Había vendido una o dos fotos, sí, pero su fotografía se consideraba «de nicho», como le había dicho un agente al negarse a representarla, y las cosas «de nicho» no eran fáciles de vender. En conclusión, había estado demasiado ocupada dejándose los cuernos y no había tenido tiempo para hablar con su hermanastra. Además, a Astrid ni siquiera le caía demasiado bien. Llevaban cinco años sin verse. ¿De verdad había pasado tanto tiempo? ¡Joder, qué tarde era! Delilah soltó el teléfono, que le cayó sobre el pecho, mientras Jax se colaba en sus pensamientos por primera vez en mucho tiempo. Meses. Cerró los ojos con fuerza, luego los abrió y se quedó mirando al techo, que estaba cubierto de las típicas pegatinas de estrellas que brillaban en la oscuridad. Se incorporó de golpe mientras una oleada de pánico le enfriaba las venas. ¿Estaba en una residencia universitaria? Por favor, no. Tenía casi treinta años y las universitarias eran… En fin, ya había superado esa etapa. Prefería a las mujeres de su edad, siempre había sido así, y se alegraba de haber dejado atrás las torpezas y los pestañeos coquetos que recordaba de los veintipocos. Se relajó cuando por fin enfocó la habitación y palpó la suavidad de las sábanas caras. El dormitorio estaba lleno de muebles modernos, todo líneas rectas y madera de color crema. Sofisticadas obras de arte adornaban las paredes, colgadas con gusto. Una puerta abierta conducía al salón y entonces recordó con claridad cómo Lana la había empujado a un sofá blanco muy elegante y le había bajado las bragas, que luego lanzó al aire por encima de un hombro desnudo. ¿O era Lily? Sin duda, no era mobiliario de calidad universitaria. Era demasiado hasta para Delilah Green, y ella ya era adulta. Además, lo que Lilith le había hecho con la boca sí que superaba con creces la calidad universitaria. Delilah volvió a tumbarse en la cama como un flan al recordarlo. Los ojos empezaban a pesarle lo suficiente como para cerrarlos de nuevo cuando el móvil vibró otra vez. Se despertó de golpe, vio el mismo nombre y rechazó la llamada por segunda

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