Author/Uploaded by Ruth Lillegraven
Índice Portada Dedicatoria Nota de la autora Cita Prólogo Primera parte. El trabajo Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 &...
Índice Portada Dedicatoria Nota de la autora Cita Prólogo Primera parte. El trabajo Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Segunda parte. Los niños Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Capítulo 28 Capítulo 29 Capítulo 30 Capítulo 31 Capítulo 32 Capítulo 33 Capítulo 34 Capítulo 35 Capítulo 36 Capítulo 37 Capítulo 38 Capítulo 39 Capítulo 40 Capítulo 41 Capítulo 42 Capítulo 43 Capítulo 44 Capítulo 45 Capítulo 46 Capítulo 47 Capítulo 48 Capítulo 49 Capítulo 50 Capítulo 51 Capítulo 52 Tercera parte. La montaña Capítulo 53 Capítulo 54 Capítulo 55 Capítulo 56 Capítulo 57 Capítulo 58 Capítulo 59 Capítulo 60 Capítulo 61 Capítulo 62 Capítulo 63 Capítulo 64 Capítulo 65 Capítulo 66 Capítulo 67 Capítulo 68 Capítulo 69 Capítulo 70 Capítulo 71 Capítulo 72 Capítulo 73 Capítulo 74 Capítulo 75 Epílogo Agradecimientos Créditos Para Eva Hildrum Nota de la autora ESTO ES UNA obra de ficción, por eso me he permitido realizar algunos cambios con respecto al mundo real. El Ministerio de Justicia y Seguridad Pública de Noruega está ubicado en Nydalen desde 2011. En los libros sobre Clara, he situado este ministerio en la sede gubernamental 5 (R5), en Akersgata, en el centro de Oslo. Un lector atento reconocerá algunos sucesos que fijan la trama alrededor de los años 2020-2021. Sin embargo, y de manera consciente, en esta novela he decidido concedernos una pausa de la pandemia. Eres sangre de mi sangre y hueso de mi hueso. Te brindo mi cuerpo, que los dos seamos uno solo. Te entrego mi espíritu hasta que nuestra vida esté consumada. Votos matrimoniales celtas del período precatólico (extracto) PRÓLOGO ANDREAS 1 de octubre NIKOLAI ESTÁ TUMBADO junto a mí en este espacio estrecho y oscuro. Hay tanto ruido aquí dentro. Los sonidos del motor, los neumáticos, todo se convierte en un zumbido que me embota la cabeza mientras nos llevan cada vez más lejos. Más lejos de casa. Nikolai lleva a mi lado desde que estuvimos en la tripa de nuestra madre. Ella me contó que yo estaba preparado, con la cabeza hacia abajo. En cambio, mi hermano estaba encima de mí, esperando a que yo fuera el que nos sacase de allí; él casi siempre espera que yo arregle las cosas. Últimamente viene a menudo a mi cuarto en mitad de la noche. Hay un colchón en el suelo, pero siempre se mete en la cama conmigo, sobre todo después de lo que le ocurrió a papá. Huele a pies y a pedo, pero el pelo le huele bien y es mi hermano, mi hermano pequeño. Sí, nacimos al mismo tiempo, pero de alguna manera yo siempre he sido un poco el hermano mayor. Es normal que Nikolai esté tumbado a mi lado. El resto no es normal. —¿Estás bien? —susurro con timidez. —Sí —responde él, pero sé que está llorando. —Nikolai, piensa que todo va a salir bien y entonces saldrá bien. ¿Vale? Él solloza, y casi puedo percibir el olor de sus lágrimas, aunque no creo que las lágrimas huelan a nada. Estoy incómodo, me ha dado un tirón en una pierna, intento estirarla. ¿Cuánto tiempo llevamos tumbados aquí? ¿Una hora? ¿Dos? ¿Tres? No lo sé. Es imposible decirlo, aquí dentro todo está oscuro, y es probable que afuera también lo esté. Me siento raro y tengo náuseas, ¿será que nos estamos quedando sin oxígeno? Pero. No. Debo. Pensar. En. Eso. Si me dejo llevar por el pánico, a Nikolai se le irá la pinza por completo, y eso no debe ocurrir. Mamá debe de haber llegado a casa hace ya un buen rato. No llamó a una canguro porque no iba a quedarse hasta tarde. Eso es lo que dijo esta mañana. Lo dice a menudo aunque no sea cierto, pero hoy me pareció que lo decía más en serio que de costumbre. Me la imagino. Clara, mamá, la ministra de Justicia. Abre la puerta, avanza entre las mochilas, las chaquetas, los zapatos que están tirados por todas partes y que siempre dice que la ponen de los nervios, aunque no haga nada para remediarlo. Luego se da cuenta de lo silencioso que está todo. Nos llama. Nos vuelve a llamar. Y es entonces cuando comprende que algo va mal, muy mal. —¿Andreas? —dice Nikolai—. Tengo miedo. Claro que tiene miedo. Yo también lo tengo, pero no puedo dejar que él lo sepa. Tampoco debo perder los nervios con él, no en este momento. —Todo irá bien —respondo, intentando hablar con la voz de papá. —¿Vamos a morir? —balbucea. —Claro que sí —le digo—. Pero no ahora mismo. En unos ochenta años o así.