Author/Uploaded by José Rodríguez Chaves
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Contents La segunda ventura de Román Calamonte Copyright Dedication Other Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter Chapter OTROS TÍTULOS DEL AUTOR José Rodríguez Chaves La segunda ventura de Román Calamonte Saga La segunda ventura de Román Calamonte Copyright © 2013, 2023 José Rodríguez Chaves and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788728392676 1st ebook edition Format: EPUB 3.0 No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser. www.sagaegmont.com Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances. Para Loli, indeleblemente La fe es algo que hay que añadir al todo con el fin de que el todo no se vuelva absurdo. Ferdinand Gonseth La llamada era virtual que se nos ha venido encima, se decía Román Calamonte, comporta la más flagrante y evidente superchería de este tiempo, con haber tantas patrañas y mentiras tan gordas y flagrantes, e ignominiosas otras. Habla Perogrullo: “Navegar es ir surcando los mares, o ya los ríos, a bordo de una embarcación”. Pero no. Que ahora llaman ‘navegar’ a sentarse ante la pantalla de un ordenador y manipular el mando del chisme, que apodan ‘ratón’, para traer imágenes ‘animadas’ a la pantalla, y a través de ellas ‘imaginarse’ el manipulador (y manipulado) que está viajando por países, yendo por ciudades, contemplando in situ sus monumentos, visitando museos o catedrales, entrando en bibliotecas..., y hasta, quizá, experimentando el sabor de tal o cual especialidad gastronómica típica en un restaurante... ¿Aquello de la magdalena de Proust? No, no. Cuidado. Esto es otra cosa. Aquello de Proust era evocación inconsciente producida por la nostalgia del “tiempo perdido”. Esto es querer hacer ver lo blanco, negro. Esto es querer hacer comulgar con ruedas de molino, con lo enormes que son. Esto es sustituir lo real por lo ‘virtual’, en una pantalla de ordenador, o sea, una manipulación como la copa de un pino, por así decirlo... Por lo demás, este estúpido engañarse y engañar con la ilusión de que se recorren países, se pasea por las calles de las ciudades, se sube a una torre, se recorre el recinto de un castillo, se visitan museos, se entra en bibliotecas, etcétera, tiene otros serios inconvenientes. De la inmovilidad del sujeto ‘navegador’, horas Dejó su puesto en la Universidad para poder dedicarse al teatro; su vocación se lo exigía y su desahogada situación económica se lo permitía. Quería además tener tiempo para “vagar al acaso de un lugar a otro”, en palabras de Bécquer; para su constante deambular y sus viajes, que constituían, lo uno y lo otro, una necesidad de su temperamento o idiosincrasia. Conocía a Sixto Aliaga de cuando el Foro Universitario. En el Foro se representó su obra primeriza: Las diez de últimas. Acabada la carrera, Aliaga se hizo empresario, y le fue tan bien en el negocio teatral, que en unos pocos años compró el teatro Agustín Moreto, que convirtió en su feudo. Allí montaba obras comerciales, de autores foráneos, sobre todo, entre las cuales no podían faltar los vodeviles, que tan bien suelen funcionar comercialmente. Román Calamonte había seguido por la prensa la trayectoria como empresario teatral de su antiguo compañero de estudios y amigo, pero no había tenido contacto alguno con él desde los tiempos, no tan lejanos, desde luego, del Foro Universitario. Román sabía, por su conocimiento de él, que Sixto Aliaga era un tipo elemental para quien, antes que cualquier otra cosa, el teatro era un negocio. Y así, como se había dedicado al del teatro, podía haberse dedicado a cualquier otro negocio que diera dinero. Y por lo tanto, ni que decir tiene que no se hubiera metido a empresario teatral si el negocio teatral no hubiese dado dinero. Sabía también Román que Aliaga estaba casado con Rosa Fonseca, la escultural actriz de