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La vida de después

Author/Uploaded by Rosa Rubio

Rosa Rubio LA VIDA DE DESPUÉS I PRIMER DÍA DESPUÉS DEL ÚLTIMO Abrí los ojos y me encontré en una habitación muy acogedora, con una gran cama de madera blanca de esas que se ven en las revistas y que sea la hora que sea, te hace sentir la necesidad de acostarte. Paredes color arena que daban un aire cálido, un ropero con puertas talladas también blanco, un cuadro con flores color malva encima del...

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Rosa Rubio LA VIDA DE DESPUÉS I PRIMER DÍA DESPUÉS DEL ÚLTIMO Abrí los ojos y me encontré en una habitación muy acogedora, con una gran cama de madera blanca de esas que se ven en las revistas y que sea la hora que sea, te hace sentir la necesidad de acostarte. Paredes color arena que daban un aire cálido, un ropero con puertas talladas también blanco, un cuadro con flores color malva encima del cabecero. Al lado izquierdo de la cama había una ventana, donde el aire o más bien, una suave brisa, hacía mover los visillos blancos, que eran como de gasa. Delante de la cama había un escritorio preparado para que cualquiera pudiera sentarse a escribir una carta por ejemplo. Era un entorno que invitaba a la tranquilidad. Al lado derecho un tocador con tres cajones y un gran espejo que reflejaba la luz que entraba por la ventana. Qué despertar más dulce y acogedor. El plumón que me tapaba daba el calor justo para sentirme como en una nube. Era todo perfecto, incluso el leve olor a azahar, mi preferido, todo perfecto excepto una cosa, no tenía ni idea de dónde estaba. No reconocía aquella habitación y no recordaba tampoco cómo había llegado a ella, así que, aun reconociendo lo bonita que era, me incorporé de golpe mirando a mi alrededor. ¿Cómo había llegado allí? —me pregunté intentando hacer memoria. Me levanté y me dirigí a la ventana para ver si así conseguía situarme. Parecía un barrio tranquilo, había alguien paseando tranquilamente en una de las aceras de la calle, era un día soleado primaveral, todo era pura tranquilidad, todo menos yo, porque por más minutos que pasaran más imposible me resultaba recordar cómo había terminado en aquel lugar. ¿Qué es lo último que había hecho el día de antes? ¿Dónde había estado? ¿Quién me había llevado a esa habitación? Estaba vestida con un chándal que tampoco recordaba haber comprado, ni siquiera recordaba habérselo visto a nadie. Después de dar vueltas por mi memoria sin obtener ni una sola respuesta llegué angustiada a la conclusión de que debía estar drogada porque por más que lo intentaba no recordaba nada de nada. Ni siquiera recordaba de donde venía. ¿Quién era yo? ¿Dónde vivía? La ansiedad ya era de un nivel alto cuando alguien llamó a la puerta que hasta ese momento estaba cerrada. —¿Se puede? —sonó una voz de hombre tras la puerta. La voz parecía amigable, pero era tal mi estado de nerviosismo que salté por encima de la cama hasta el tocador. Abrí corriendo todos los cajones para ver si había algo con lo que pudiera defenderme llegado el momento, pero para mi desconsuelo estaban vacíos. Busqué también en el armario, pero por lo visto estaba todo esperando a un nuevo huésped, porque el armario también estaba totalmente vacío. ¿Dónde podía encontrar algo para defenderme? Miré debajo de la cama por pura desesperación y nada de nada. La habitación era muy bonita pero parecía un decorado, todo a estrenar. Sin muchas esperanzas miré en el escritorio, pero más de lo mismo. Hasta me dio la sensación de que todavía desprendían ese olor a nuevo que tienen los muebles recién comprados. Así que cuando la puerta empezó a abrirse sentí que el corazón se me disparaba aterrada de miedo, no recordaba haber pasado tanto miedo en mi vida, aunque a decir verdad, no recordaba nada. Mi cabeza estaba completamente vacía de cualquier recuerdo anterior. ¿Qué clase de droga habrían utilizado? ¿Cómo era posible borrar todos los recuerdos de la cabeza? ¿Volvería a recordar? Y lo peor, ¿con qué fin y quién había decido dejarme la mente vacía como aquellos muebles de la habitación? —Hola Manuela, ¿cómo te encuentras? ¿Has descansado bien? —me dijo el señor desde la puerta. Vio mi cara de pánico pero pareció no reparar en ella, cosa que me preocupó aún más y la familiaridad con la que me trató me puso, si cabía, más nerviosa todavía. Me quedé parada donde estaba. No sabía cómo actuar, no parecía alguien agresivo pero viendo lo complicado de la situación no me fiaba ni de mí misma. —Tranquila, no debes temer nada. Soy Fredy y estoy aquí para ayudarte a entender lo que te está pasando. —¿Ayudarme? —pregunté sorprendida. Era la última cosa que esperaba de aquel hombre por mucha cara de buena gente que tuviera, porque la verdad es que la tenía. —Sí, ayudarte. Sé todo lo que estás sintiendo ahora mismo y debes estar tranquila y confiar en mí. Todo volverá a ser como siempre. Confía en mí. —Pero... ¿quién es usted? Y ¿dónde estoy? Y... ¿con qué me ha drogado que no consigo recordar nada? ¿Y por qué? Mire, yo no tengo nada que pueda interesarle... —Manuela, ven, vamos a sentarnos y charlar un rato... No me apetecía sentarme con nadie. Sólo quería irme a casa, estuviera donde estuviera y que pasara el efecto de lo que me había dado para poder despertar de ese mal sueño. Mi cabeza iba tan deprisa intentando buscar una salida a aquella situación que me empecé a marear un poco y me apoyé en el escritorio. El tal Fredy se dio cuenta y vino a ayudarme para que me sentara en la cama. Mi reacción fue saltar al otro lado de la habitación, la verdad es que no sé cómo pude hacerlo tan rápido. Pareció como si volara. —Manuela, tranquilízate, no te voy a hacer daño. Sólo quiero hablar contigo. Charlaremos un rato tranquilamente y te contaré que es lo que está pasando. ¿Te parece? —dijo dando unas palmaditas en la cama a su lado. No sé cómo habría reaccionado en otro momento de mi vida, pero en ese en concreto me vi sin salida. Pensé que aquel hombre podría dar un poco de luz a mi cabeza, así que me senté, pero en la silla del escritorio, porque tampoco era necesario sentarme tan cerca de él. Dado que no tenía nada con qué defenderme, al menos

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