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LAS HERIDAS DE LA MÁGIA

Author/Uploaded by Desconocido

© de la obra: Raquel Brune, 2022 © de las ilustraciones: Inma Moya, 2022 © de la presente edición: Nocturna Ediciones, S.L. c/ Corazón de María, 39, 8.º C, esc. dcha. 28002 Madrid [email protected] www.nocturnaediciones.com> Primera edición en Nocturna: enero de 2023 ISBN: 978-84-18440-80-9 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta o...

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© de la obra: Raquel Brune, 2022 © de las ilustraciones: Inma Moya, 2022 © de la presente edición: Nocturna Ediciones, S.L. c/ Corazón de María, 39, 8.º C, esc. dcha. 28002 Madrid [email protected] www.nocturnaediciones.com> Primera edición en Nocturna: enero de 2023 ISBN: 978-84-18440-80-9 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). LAS HERIDAS DE LA MAGIA Prólogo Se habían escondido en el rincón más recóndito del mundo y, aun así, ella los había encontrado. También lo hizo cuando buscaron refugio en ciudades superpobladas como Tokio o Ciudad de México, donde creyeron que podrían confundirse con los millones de almas que las habitaban, refugiándose en el anonimato como si fuese un manto de invisibilidad. Samuel empezaba a sospechar que Judith daría con ellos aunque se escondiesen en el fondo de las aguas abisales, allí donde no llegaba la luz. Si el frío insoportable que helaba los lagos y cascadas del norte de Islandia no los había protegido, ¿por qué lo iba a hacer la oscuridad? Samuel sentía el aire gélido adentrándose en sus pulmones sin piedad, como si ansiase arrancar cada rastro de calor de su cuerpo, por minúsculo que fuese. Era imposible acostumbrarse a ese frío. Corría por la playa en busca de un terreno favorable, moviéndose con torpeza bajo su ropa térmica. Cada paso era una tortura, pero no podía detenerse, no aún. Allí fuera, en mitad de la playa de arena volcánica, era un blanco fácil para la banshee que lo perseguía, pero en las cuevas las sombras jugaban a su favor. El nigromante invocó a la magia para proteger sus oídos del chillido de la banshee, empleando una especie de tapón de sombras que no dejaba de moverse en su tímpano y provocarle escalofríos. Aunque el método resultase molesto, también era muy efectivo. Por desgracia, ellos no eran los únicos que se habían adaptado a las mejoras del enemigo. Sintió el roce cortante del sonido acariciando su brazo, apenas rozándolo, y una fina herida se abrió por debajo de su camiseta, de su jersey y de su abrigo de plumas. Notó la sangre empapando la tela. Samuel siguió corriendo, esa vez procurando moverse en zigzag para evitar que el próximo golpe le cercenase en dos. Cuando habían intentado esconderse en una de las muchas islas de Indonesia, la banshee se había hecho con unas garras de hueso tallado. Las empleaba para convertir su lúgubre voz en un proyectil arqueado que surcaba el aire y cortaba todo cuanto tocaba. A Samuel no le cabía la menor duda de que la idea había sido de Judith. El nigromante invocó a las sombras y, al instante, adoptaron la forma de un orgulloso tigre que arqueó su cuerpo y emitió un amenazador rugido. Samuel no miró atrás. El grito de la banshee no tardaría en desmembrar a la criatura hasta que se desvaneciese, pero al menos le daría el tiempo que necesitaba para refugiarse. Alyssa y él habían elegido esa playa en la costa norte de Islandia por dos motivos: puesto que no era tan espectacular como otros rincones de la isla, los turistas rara vez la visitaban; y, por otro lado, estaban sus cuevas. Si lograra llegar hasta su interior, tendría alguna posibilidad de despistar a su perseguidora. «Alyssa… —Su corazón se aceleró, y no solo a causa de la carrera. La bruja se había marchado esa mañana para reforzar las barreras mágicas que los protegían y no había vuelto. Si la banshee había llegado hasta allí, solo podía significar que las barreras habían caído—. ¿Cómo han conseguido vencer el conjuro de una hechicera?». Su magia no solo los protegía de los intrusos, sino también de las miradas curiosas. Quienquiera que se asomase a las barreras vería una playa vacía carente de interés. Sí, sin duda la arena negra, la nieve, las olas blancas y el hielo azulado componían un paisaje sinfónico e irreal, pero había muchos otros lugares así en la isla. Samuel y Alyssa habían alquilado una de esas furgonetas que convertían el techo en cama para no tener que registrarse en ningún hotel y, así, no dejar rastro. En el pasado, Judith les había demostrado que ni siquiera bajo un nombre falso estarían seguros. Habían conducido a través de yermas carreteras que parecían no tener fin, cruzándose con apenas un par de coches más, rodeados por una vasta extensión de tierras baldías que aparentaban estar muy cerca del fin del mundo. Solo salían hasta el pueblo más cercano una vez a la semana para comprar comida y llenar el depósito. No hablaban con nadie y siempre pagaban en efectivo. Se aseguraban de llevar gorras que les cubriesen el rostro y procuraban dar la espalda a todas las cámaras de vigilancia. Ningún ordenador, cuenta bancaria o grabación de seguridad eran rivales para la magia de Judith, pero la experiencia les había ayudado a evitar esas grietas por las que la joven podía colarse. Y aun así, había ganado otra partida de un juego del escondite que llevaba prolongándose durante más de ocho meses: ahora volvían a enfrentarse cara a cara pese a todos sus esfuerzos. Samuel, desesperado por proteger la flauta y su poder inhumano; Judith, dispuesta a cualquier cosa con tal de conseguirla. Samuel oyó un rugido lastimero a sus espaldas y giró la cabeza a tiempo de ver cómo el tigre de sombras se deshacía. La banshee agitó sus nuevas zarpas en el aire, dando forma a su voz. El siguiente ataque iría directo hacia él y no le quedaba aliento para una nueva invocación. Aceleró el paso tanto como pudo, ignorando las protestas de sus pulmones y su garganta, que parecían arder contra el frío, y las de sus piernas, cuyos músculos se encogían de dolor

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