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Mi único objetivo, pequeña

Author/Uploaded by Ariadna Baker

Primera edición. Mi único objetivo ©Ariadna Baker. ©Mayo, 2023. Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previ...

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Primera edición. Mi único objetivo ©Ariadna Baker. ©Mayo, 2023. Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor. ÍNDICE Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Capítulo 28 Capítulo 29 Capítulo 30 Epílogo RRSS Capítulo 1 Adoraba mi trabajo, ese al que decidí dedicarme siguiendo los pasos de mi madre, que también fue enfermera. Solo que, a diferencia de ella que era una de las jefas de enfermería en el hospital de la ciudad, yo ejercía mi profesión en el pequeño centro de salud del pueblo, junto al único médico que teníamos. Sí, pequeño centro de salud, único médico, solo una enfermera… Y dábamos gracias por ello dado que vivía en uno de esos pueblos conocidos como la España vaciada. Apenas contábamos en este pueblecito de Huelva con trescientos cincuenta habitantes, de los que veinticinco eran niños, veinte de ellos entre seis y doce años en edad escolar, y del resto de habitantes, solo diez eran adolescentes de dieciséis y diecisiete años. ¿Por qué no busqué trabajo en la ciudad, como hizo mi madre? Pues porque estaba muy unida a mi abuelo materno, ese con el que vivía desde que mis padres fallecieron hacía diez años en un accidente en autovía, una mañana de niebla, tras un choque en cadena en el que estuvieron involucrados decenas de coches y camiones. Fue uno de los peores accidentes que recordábamos en el pueblo, dado que algunos de los fallecidos eran nuestros vecinos. Mi abuelo Martín había sido el médico de nuestro pueblo toda la vida, le conocían los más ancianos y muchos de los jóvenes, no así los más pequeños que ya pasaban por las manos de Julio y las mías. El abuelo contaba con setenta y cinco años, estaba jubilado, pero él decía que se sentía como un chaval y por eso alguna que otra tarde pasaba por el centro para ver si necesitábamos algo. Con decir que él había ayudado a nacer a uno de los más pequeños del pueblo hacía un par de años en una noche de tormenta en la que era inviable que la madre acudiera al hospital. Miguel y Lola, mis padres, esos a quienes amé y amaría siempre, los echaba de menos y se fueron cuando más falta me hacían, más aún cuando solo tenían cuarenta y cinco y cuarenta y dos años respectivamente, muy jóvenes para abandonar a sus hijas que, por aquel entonces, contaban con dieciséis y veintidós años. Yo era, y seguía siendo, la menor de las dos. Lola se convirtió en aquel momento en mi madre, dejando a un lado su vida para ayudar al abuelo, que ya estaba jubilado. No me faltó amor, ni cariño, ni nada que un adolescente pudiera necesitar, y ella fue, además, mi mejor amiga, junto Lupe, Guadalupe en realidad, esa amiga incondicional que tenía en el pueblo de toda la vida, y que decidió dedicarse a la enseñanza por lo que era una de las maestras del pequeño colegio que teníamos. Para ir al instituto había que trasladarse a un pueblo vecino no muy lejos, bastante más habitado que el nuestro. Guadalupe era la hermana pequeña de Julio, ambos tenían la misma edad que Lola y yo, treinta y dos y veintiséis años, y era con ellos dos con quienes salía algún que otro sábado a ese pueblo vecino a tomar algo, o nos íbamos las dos el fin de semana a pasarlo en la ciudad y aprovechábamos para hacer compras. El que Julio fuera el único médico lo mantenía siempre de guardia, pero mi abuelo, que era un cabezota, insistía en ayudarle, incluso alguna vez le obligó a ir con nosotras a pasar el fin de semana fuera. Por suerte estábamos a punto de conocer, al día siguiente, a un nuevo médico dado que hablamos con Tomás, el alcalde, para que propusiera al ministerio contratar a otro de modo que pudieran cubrir las guardias un fin de semana cada uno, o dos seguidos y descansar otros dos, como ellos quisieran hacerlo. Aceptaron al saber que, el que habían propuesto desde la ciudad, era un viudo con un hijo adolescente. No es que fuera mucho, pero, oye, al menos repoblábamos un poquito más nuestro pequeño y encantador pueblo con dos nuevos habitantes. Era viernes y como siempre que acababa mi jornada, estaba deseando llegar a casa, darme una ducha, cenar y hacer una videollamada con mi hermana y con Lupe. Sí, a mi mejor amiga la tenía en el pueblo y podía verla cuando quisiera, no así a Lola, que cuando yo cumplí los diecinueve, decidió irse a Nueva York un verano de vacaciones y solo regresó a casa para decir que se marchaba a vivir allí, a las américas como decía el abuelo, y a sus treinta y dos años, Lola Blasco era una de las mejores agentes del FBI que tenían en aquel país. Dado que había una diferencia de nueve horas con ella, acordamos que esas llamadas serían a las nueve de la noche aquí, en España, de modo que para Lola serían las tres de la tarde. —Ya estoy en casa, abuelo —anuncié tras cerrar la puerta. —Hola, cariño. —Aquel hombre de pelo moreno, pero bastante canoso, ojos marrones y metro sesenta de estatura, me recibió como siempre, con un abrazo de oso que me encantaba—. ¿Qué tal ha ido la tarde? —Muchas vacunas —reí—. Ya sabes, a la mayoría de los peques les ha tocado alguna por la

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