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La fortaleza

Author/Uploaded by Meša Selimović

LA FORTALEZA MEŠA SELIMOVIĆ TRADUCCIÓN DEL SERBIO Y NOTASDE MIGUEL ROÁN TÍTULO ORIGINAL: Tvrđava Publicado por AUTOMÁTICA Automática Editorial S.L.U. Avenida del Mediterráneo, 24 - 28007 Madrid [email protected] www.automaticaeditorial.com Copyright © Maša Selimović © de la traducción, Miguel Rodríguez Andreu, 2022 © del epílogo, Miguel Rodríguez Andreu, 2022 © de la presente edición,...

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LA FORTALEZA MEŠA SELIMOVIĆ TRADUCCIÓN DEL SERBIO Y NOTASDE MIGUEL ROÁN TÍTULO ORIGINAL: Tvrđava Publicado por AUTOMÁTICA Automática Editorial S.L.U. Avenida del Mediterráneo, 24 - 28007 Madrid [email protected] www.automaticaeditorial.com Copyright © Maša Selimović © de la traducción, Miguel Rodríguez Andreu, 2022 © del epílogo, Miguel Rodríguez Andreu, 2022 © de la presente edición, Automática Editorial S.L.U, 2022 © de la imagen de cubierta: Fuad Arifhodžić, Sarajevo’s Old Baazar in Winter III, The Art Collection of the Bosniak institute - Adil Zulfikarpašić’s Foundation, Sarajevo, 2022. Derechos exclusivos de traducción en lengua española para todo el mundo: Automática Editorial S.L.U. Este libro se ha publicado con una ayuda del Ministerio de Cultura e Información de la República de Serbia. ISBN digital: 978-84-15509-87-5 Diseño editorial: Álvaro Pérez d’Ors Composición: Automática Editorial Corrección ortotipográfica: Automática Editorial Edición digital: Álvaro López Primera edición en Automática: diciembre de 2022 Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización de los propietarios del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluyendo la reprografía y los medios informáticos. A Maša y Jesenka ÍNDICE Cubierta Portada Legal Dedicatoria 1. Las ciénagas del Dniéster 2. Tristeza y risa 3. Felicidad, no obstante 4. El país enemigo 5. El espacio vacío 6. Un verano extraño 7. El hijo muerto 8. El héroe que teme a la soledad 9. Flautas para niños 10. El joven de corazón puro 11. No quiero pensar en ramiz 12. Tristeza y furia 13. El rescate 14. El poder del amor 15. Padre e hijo 16. El epitafio 17. El eterno rastreador 18. Muerte en Venecia 19. La fortaleza Epílogo Contracubierta 1LAS CIÉNAGAS DEL DNIÉSTER No puedo contar qué es lo que pasó en Jotín,[1] en la lejana tierra rusa. No porque no lo recuerde, sino porque no quiero hacerlo. No vale la pena hablar de las espantosas matanzas, de los hombres aterrorizados, de las barbaridades cometidas en ambos bandos. Mejor no recordarlo, ni lamentarlo ni glorificarlo. Lo mejor es olvidarlo. Que la memoria de todo lo desagradable muera para que los niños no coreen canciones de venganza. Solo diré que he retornado. Si no lo hubiera hecho, no estaría escribiendo esto y nadie sabría qué fue lo que realmente sucedió. Lo que no está escrito no existe, y ya es cosa del pasado. Nadé en un Dniéster crecido por la lluvia y así es como logré salvarme. Los demás fueron aniquilados. Conmigo regresó el mulá[2] Ibrahim, nuestro secretario militar, con quien, a lo largo de esos tres meses de vuelta a casa, a nuestra lejana tierra patria, entablé una buena amistad. Me acompañó porque, nadando, arrastré su bote perforado fuera de la peligrosa corriente, y lo llevé a cuestas la mitad del recorrido, enfermo, animándolo a continuar cuando se derrumbaba de rodillas o yacía de espaldas, mirando, inmóvil, el apagado cielo ajeno, deseando la muerte. De regreso, no hablé a nadie de Jotín. Tal vez fuera porque me sentía cansado y confundido. Las vivencias de Jotín me parecían extrañas, como si hubieran ocurrido en una existencia remota y yo mismo hubiera sido otra persona, no la que miraba con los ojos colmados de lágrimas, sin apenas reconocerla, su ciudad natal. No me compadecía, ni estaba herido, ni me sentía engañado, solo estaba vacío y desconcertado. Cuando renuncié a mi puesto de maestro y dejé a los niños a los que había enseñado, partí en busca de algo de luz y de gloria, pero caí en el barro, en los interminables pantanos del Dniéster que rodean Jotín, entre piojos y enfermedades, heridas y muerte, en una desdicha humana indescriptible. De ese milagro que los hombres llaman guerra, recuerdo innumerables detalles y solo dos acontecimientos. Hablo de ellos no porque sean más graves que el resto, sino porque no encuentro la manera de borrarlos de mi mente. El primero se refiere a una entre muchas batallas. Estábamos combatiendo para acceder a una fortificación de adobe y tierra. Muchos habían perecido, tanto en su bando como en el nuestro, en los pantanos que la rodeaban, en las aguas negras que se volvieron de un color castaño oscuro debido a la sangre; olía a raíces viejas y a los cadáveres putrefactos abandonados a su suerte. Y cuando tomamos el frente, volándolo con los cañones y con las vidas de los nuestros, me quedé allí, agotado. ¡Qué sinsentido! ¿Qué es lo que habíamos logrado y qué habían perdido ellos? Tanto a unos como a otros nos rodeaba el único ganador: el silencio absoluto de la tierra ancestral, indiferente a la miseria del hombre. Aquella noche, me agarré la cabeza con las manos, sentado en un tronco húmedo delante de un fuego que nos escocía en los ojos, ensordecido por el griterío de los pájaros de las ciénagas, asustado por la densa niebla de los pantanos del Dniéster que nos envolvía tenazmente en el olvido. Ni siquiera yo tengo claro cómo, aquella noche, conseguí sobrevivir al horror que me abrumaba y que vivía en mí, y al más profundo pesar por la derrota que acompaña a la victoria. En esa oscuridad, en la niebla, en los gritos y los silbidos, en la desesperación para la que no encuentro razón, en esa larga noche de insomnio, en el miedo negro que no procedía del enemigo, sino de algo en mi interior, renací como soy hoy: inseguro de mi ser y de todo lo que es humano. El segundo acontecimiento es desagradable y no puedo deshacerme de él. A menudo está ahí, dentro de mí, hasta cuando no lo deseo. Todo me lo recuerda, incluso lo que se opone a él: la risa alegre de alguien, el arrullo de paloma de un niño, una tierna canción de amor. Y mis recuerdos empiezan siempre por el final, no como los cuento ahora, así que, tal vez, algo de esto no sea del todo cierto, pero no lo entenderían de otra manera. En la tercera compañía, una docena de sarajevitas nos manteníamos unidos por el

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