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Nadie en esta tierra

Author/Uploaded by Víctor del Árbol

Índice Portada Sinopsis Portadilla Dedicatoria Lema Prólogo Primera parte 1 2 3 4 5 6 Segunda parte 7 8 9 10 11 12 Tercera parte 13 14 15 16 17 18 Cuarta parte 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 Quinta parte 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 Epílogo Créditos Gracias por adquirir este eBook Visita Planetadelibros.com y descubre unanueva forma de disfrutar de la lectura ¡Regístrate y accede a...

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Índice Portada Sinopsis Portadilla Dedicatoria Lema Prólogo Primera parte 1 2 3 4 5 6 Segunda parte 7 8 9 10 11 12 Tercera parte 13 14 15 16 17 18 Cuarta parte 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 Quinta parte 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 Epílogo Créditos Gracias por adquirir este eBook Visita Planetadelibros.com y descubre unanueva forma de disfrutar de la lectura ¡Regístrate y accede a contenidos exclusivos! Primeros capítulosFragmentos de próximas publicacionesClubs de lectura con los autoresConcursos, sorteos y promocionesParticipa en presentaciones de libros Comparte tu opinión en la ficha del libroy en nuestras redes sociales: Explora Descubre Comparte Sinopsis Julián Leal es un inspector de la policía en Barcelona que no está pasando por su mejor momento. El médico le ha detectado un cáncer y no le da mucho tiempo de vida, además acaba de ser expedientado por darle una paliza a un sospechoso de abusos de menores. Después de una visita a su pueblo en Galicia empiezan a aparecer unos cadáveres que pueden tener relación con él y su superior le quiere cargar con las culpas para vengarse por unos rencores del pasado. Él y su compañera Virginia se verán arrastrados a una investigación mucho más profunda y complicada de lo que podrían pensar y que podría costarles la vida a ellos y a todos los que aman. Julián no deberá ajustar cuentas solo con su presente, sino también con su pasado. Esta es una historia sobre el camino que a veces recorren los sueños hasta convertirse en pesadillas. Nadie en esta tierra Víctor del Árbol Quiero, por una vez, dedicar esta novela a Anna. Ella tiene el coraje que a veces les falta a mis sueños. Y quiero darle las gracias a Antonia Kerrigan, que me ha enseñado el camino de la paciencia, aunque yo no soy el mejor de los alumnos. Cuando estás en el fondo del abismo, encuentras en él un consuelo especial que no se halla en ninguna otra parte. El lago, BANANA YOSHIMOTO Prólogo Cuando llueve, como llueve hoy, cuando las tardes ya se alejan hacia el otoño, es mejor no escuchar cierta música, mejor no invocar ciertos recuerdos, mejor no escribir ciertas cosas y dejar que sea el silencio el que hable de lo que debe ser callado. No soy yo quien debería contar esta historia. Pero soy el que puede contarla. No tengo un nombre que vosotros podáis conocer y eso debería tranquilizaros; lo que no se nombra no existe y, a fin de cuentas, una voz sin nombre es un eco sin presencia, de modo que podéis decidir que soy fruto de la imaginación o algo parecido a un fantasma, alguien que estuvo y ya no está. Probablemente algunos sintáis la tentación de convertirme en un monstruo de cuento, uno de esos personajes que utilizáis para asustar a vuestros hijos y hacer que os obedezcan cuando los mandáis a dormir, el hombre del saco. Pero lo cierto es que no soy un monstruo que vive en el bosque ni soy una presencia en la niebla de vuestras pesadillas; soy humano, lo atestiguan mis cicatrices, y vivo entre vosotros. Sencillamente, las personas como yo existen y aunque cerréis los ojos y os tapéis los oídos, no voy a desaparecer. Será mejor que lo aceptéis. Aunque, desde luego, podéis intentar ignorarme, convenceros de que estáis a salvo, parapetados tras la muralla de vuestros principios y valores, bien amarrados a vuestro sentido del bien y del mal. Quién soy yo para juzgar vuestro miedo. Lo entiendo, de verdad que lo entiendo: todos tenemos derecho a aferrarnos a una esperanza, por ilusoria que sea. Solo se necesita una causa, un molino de viento, una razón lo suficientemente poderosa para lograrlo. Resulta conmovedor. Pero cuando la vida se presenta con su brutal simplicidad nos muestra que no tenemos nada especial, que no estamos llamados a cumplir un destino heroico. No hay una razón superior que explique por qué nacimos, como no sea que estamos aquí y podríamos no estar, sin que cambiara absolutamente nada. Es duro reconocer que al morir solo dejaremos un hueco en las filas humanas que será cubierto sin demora por otros. Esa verdad empuja a algunos a la desesperación, a la locura, al suicidio y a la negación. He conocido a otros que consagraron sus días a la fantasía de un dios, de una religión o de un ideal, mientras que la mayoría se conforma con lo que les toca: una vida anodina, un pasar de un año al siguiente sin sobresaltos. Y a eso lo llaman felicidad. Hay, sin embargo, unos pocos elegidos, no más de un puñado en cada generación, que al comprender que nada de lo que sintamos, digamos o hagamos importa, se sienten realmente liberados. Descubrir que no hay nada divino o inmortal en nosotros, que no somos distintos a una piedra o a una hoja muerta, a un perro lisiado o a una vaca en su cerca no debería sumirnos en el horror o la tristeza; al contrario, deberíamos llorar de alegría porque es el mayor descubrimiento que podemos hacer. Somos libres para descubrir de qué pasta estamos hechos. Julián Leal era una de esas personas. Él lo cambió todo. Antes de conocerle, yo era quien era, lo aceptaba, y no pretendía ser otra cosa. A los trece años maté a la primera de mis víctimas. Podría justificarme diciendo que se lo merecía, como todos los que vendrían después, pero el merecimiento es subjetivo. La respuesta a por qué hago lo que hago es mucho más sencilla: se me da bien hacerlo. Podría habérseme dado bien escribir y sería escritor, cantar y sería cantante, o hacer ceniceros de barro y tener contenta a mi madre, que los coleccionaba. Pero mato a gente por dinero y en ello he encontrado mi modo de estar en el mundo. Tengo sentimientos, por supuesto, y eso es lo más inquietante, porque me convierte

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