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Nadie salva a las rosas

Author/Uploaded by Youssef El Maimouni


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 Para los emigrantes, simplemente
 
 
 
 
 Índice
 Portadilla
 Acerca de la obra
 Dedicatoria
 Epígrafes
 0. Febrero es el mes más puro
 PRIMERA PARTE
 1. Cuando no fue bueno, pero fue lo mejor
 2. Cuando las distancias son más cortas
 3. Cuando los paraguas no sirven
 4. Cu...

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 Para los emigrantes, simplemente
 
 
 
 
 Índice
 Portadilla
 Acerca de la obra
 Dedicatoria
 Epígrafes
 0. Febrero es el mes más puro
 PRIMERA PARTE
 1. Cuando no fue bueno, pero fue lo mejor
 2. Cuando las distancias son más cortas
 3. Cuando los paraguas no sirven
 4. Cuando los montes se pongan en marcha
 5. Cuando toda una vida vale unos euros
 6. Cuando corrijas tu forma de andar
 7. Cuando un oxímoron es tan apabullante
 8. Cuando se prohíbe jugar a la pelota
 9. Cuando vuela como una mariposa
 10. Cuando la historia de Marruecos se explica con un accidente
 SEGUNDA PARTE
 11. Los tiempos terribles no caducan I
 12. Los tiempos terribles no caducan II
 13. Los tiempos terribles no caducan III
 TERCERA PARTE
 14. Donde más duele
 15. Dónde está el ascensor social
 16. Donde quisiera
 17. Donde más la pudiera avergonzar
 18. Donde lo dejamos hace quince o veinte años
 19. Donde estés
 20. Donde nadie pudiera encontrarla
 21. Donde la gente quema el dinero no hay más que carroña y carroñeros
 22. Donde pasará los próximos diez años
 23. ¿Dónde? Ni yo lo sé
 24. Donde las dan las toman
 25. No importa dónde
 Glosario árabe
 Créditos
 
 
 
 
 
 Nadie salva a las rosas
 Youssef El Maimouni
 
 
 
 
 
 
 1
 Cuando no fue bueno, pero fue lo mejor
 Un hospital es lo más parecido al limbo católico en la Tierra. Unos se van y otros vienen. Lágrimas de alegría, llantos que arrancan árboles con sus raíces. Pasillos asépticos, días idénticos. Calor infernal, comida insípida. Suspiros contenidos. Largas horas. Luces de color ámbar y sirenas. Humo en las entradas.
 Muna duerme. Después de su dosis de leche materna y de leche en jeringa, todavía no se engancha del todo bien al pezón, ha vuelto a conciliar el sueño. Joanna descansa como una recién nacida. Es la segunda noche que estamos los tres juntos y sigo pensándonos en masculino. En cuatro días habré dormido un total de cuatro horas. Aprovecho el insomnio para salir a fumar. En la entrada de urgencias, hay dos ambulancias y dos coches de la Guardia Urbana. Una pelea con cuchillos en el Port Olímpic. No me acerco, no sea que reconozca a los implicados. Con el tiempo he enterrado la capa, y los calzoncillos los llevo por dentro. En el banco de la acera hay un hombre dormido con el mentón apoyado en el pecho, las manos en los bolsillos y un cigarrillo apagado en los labios. Hace un frío de cojones y llovizna. Por el aspecto, no sé distinguir si es un sintecho o alguien que se ha pasado de frenada con el anís del mono. Si algo he aprendido en estos años es que resulta demasiado arriesgado sacar del sueño a quien duerme en la calle, lo conozcas o no. El segundo cigarrillo, Sin vicio no puedo estar, acalla el hambre, que no es poco. Estoy alimentándome de los dátiles y las mandarinas que ha traído mi hermana. Y muchos cafés. Cruzo la cortina de humo que ha creado el personal sanitario fumador y regreso por unos pasillos que con el tiempo olvidaré. El plegatín no es del todo incómodo, en cambio la sábana con la insignia del hospital y la manta que he conseguido que me presten las enfermeras tras insistir un par de veces (los padres somos invisibles y no me extraña) son de un tacto desagradable, áspero como la lengua de un gato. Hacerse mayor, sentirse viejo, tiene que ver más con la mochila cargada de manías ridículas que con la edad.
 Muna duerme, diminuta, acurrucada entre los senos de Joanna. Calmada, recuperando el tiempo perdido. Apegándose la una a la otra. Reconociéndose y latiendo con ritmos coordinados, respirando al mismo compás. La completa oscuridad no existe. Divago, encadeno pensamientos en forma de espiral, obsesionado con Rihanna, atento a la respiración de Muna, y así pasan los intervalos de tres horas, tiempo máximo en que mi hija, ¡mi hija!, puede estar sin comer. La despertamos para que se empache y siga ganando peso. Es la única recién nacida de toda la planta que no supera los tres kilos. La duermo en brazos, laila saida, y Joanna aprovecha para exprimirse los pechos con el sacaleches preparando la siguiente toma. Caen los párpados. Llora Alejandra, la hija de Toni y Joan, con los que compartimos habitación. El dios del sueño no está de mi parte.
 Nadie previene.
 El viernes por la mañana Joanna amaneció con una migraña cegadora. Apenas había pegado ojo en toda la noche. La espalda tenía vida propia y ninguna postura le resultaba cómoda para dormir. Durante la semana, la cuarenta, había estado midiéndose la presión, alta en todos los resultados. «Alterna reposo con paseos y la comida sin sal. Es muy común, no debes preocuparte.» Joanna tomó la decisión de ir a urgencias, el hospital no estaba lejos y era preferible salir de dudas. La primera enfermera, Anna —les pregunté el nombre a todas las profesionales para ganar cierta familiaridad—, nos tranquilizó, una dosis de paracetamol y a casa. De todas formas, para descartar, unas pruebas, los resultados no tardarían. Nos dejó en el paritorio, rodeados de enchufes blancos y verdes y máquinas de la verdad, sin una silla para el acompañante. Las salas contiguas estaban ocupadas por otras parejas que se hallaban a unos instantes de ver cómo cambiaban sus vidas. Anna regresó tras una hora bien larga, el tiempo corre más lento entre las paredes del renovado edificio, acompañada de la doctora que empezaba su turno y del doctor, que evidenciaba el cansancio de quien lleva doce horas trabajadas y que, a pocos minutos de acabar la jornada, no desea otro contratiempo. Joanna reconoció a la doctora e intentaba recordar su nombre.
 Era la hija de nuestros vecinos, los que amarran un barco en el nuevo puerto. Joanna habla con sus padres si se

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