Author/Uploaded by Beth O'Leary
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Índice Tres citas con Carter Siobhan Miranda Jane Miranda Siobhan Jane Miranda Siobhan Jane Siobhan Miranda Siobhan Jane Miranda Siobhan Jane Miranda Siobhan Jane Miranda Siobhan Jane Miranda Siobhan Jane Miranda Siobhan Jane Siobhan Miranda Jane Miranda Jane Epílogo Joseph Agradecimientos Sobre este libro Sobre Beth O’Leary Créditos Notas Para Bug Siobhan Él no ha aparecido. Siobhan exhala lentamente por la nariz. Su objetivo es tranquilizarse, pero su cara recuerda más a un toro enfadado que a un monje budista. Para eso ha cancelado el desayuno con su amiga. Se ha rizado el pelo, se ha pintado los labios y se ha afeitado las piernas (no solo hasta la rodilla, sino hasta arriba, por si a él le apetecía acariciarle el muslo por debajo de la mesa). Y el muy cabrón no se ha presentado. —No estoy enfadada —le dice a Fiona. Están haciendo una videollamada. Siempre se comunican por videollamada. Siobhan cree firmemente en el poder del contacto visual. Además, necesita que alguien vea lo impresionante que está, aunque solo sea su compañera de piso—. Me rindo. Es un hombre, era de esperar que me decepcionara. ¿En qué estaría pensando? —Llevas maquillaje sexy —comenta Fiona, entrecerrando los ojos en la pantalla—. No son ni las nueve de la mañana, Shiv. Siobhan se encoge de hombros. Está sentada delante de un café con leche de avena doble a medio beber en una de esas cafeterías que alardean de su extravagancia, una cualidad que ella siempre encuentra profundamente irritante en cualquier cosa o persona. Si hubiera sabido que la iban a dejar plantada el día de San Valentín, habría pedido leche de verdad. Siobhan solo es vegana cuando está de buen humor. —Es que lo nuestro es el sexo —replica ella. —¿Aunque hayáis quedado para desayunar? En realidad, nunca antes habían quedado para desayunar. Pero, cuando ella le había dicho que estaba de visita relámpago en Londres, él le había respondido: «¿Por casualidad no te apetecerá desayunar conmigo mañana por la mañana?». Que quisiera quedar con ella para desayunar era muy significativo, sobre todo tratándose del día de San Valentín. Por lo general, suelen quedar en la habitación de hotel de ella, normalmente después de las once de la noche; se ven el primer viernes de cada mes y, a veces, algún que otro día suelto, si coincide que ella está en Londres. No está mal. Ya es bastante. A Siobhan le basta con eso. Él vive en Inglaterra y ella en Irlanda; ambos están muy ocupados. Su acuerdo funciona a las mil maravillas. —¿Seguro que no quieres darle otros cinco minutos? —le pregunta Fiona, tapándose delicadamente la boca con la mano mientras mastica unos cereales. Está sentada a la mesa de la cocina, con el pelo todavía recogido en la trenza que se hace para dormir—. A lo mejor solo llega tarde. De repente, Siobhan echa de menos su casa, aunque solo lleve un día fuera. Extraña el familiar olor a limón de la cocina y la tranquilidad de su vestidor. Extraña la versión de sí misma que aún no había cometido el error de esperar que su rollo favorito en realidad quisiera algo más. Bebe un sorbo de su café con la mayor indiferencia posible. —Venga ya. No va a venir —dice, encogiéndose de hombros—. Ya me he hecho a la idea. —A lo mejor lo estás poniendo verde y resulta que… —Fi, dijo a las ocho y media. Son las nueve menos diez. Me ha dejado plantada. Es mejor que… —Siobhan traga saliva— … lo acepte y lo supere. —Muy bien —responde Fiona con un suspiro—. Vale. Tómate el café, recuerda que eres increíble y prepárate para arrasar. —Su acento estadounidense vuelve a hacer acto de presencia cuando dice «arrasar», aunque ya casi siempre suena tan dublinesa como Siobhan. Cuando se conocieron en la Escuela de Interpretación Gaiety, a los dieciocho años, Fiona derrochaba acento neoyorquino y seguridad, pero diez años de audiciones frustradas la han apagado. Tiene mala suerte y siempre acaba como suplente. Siobhan está convencida de que ese será el año de Fiona, como todos los años de la última década. —¿Cuándo no he estado yo preparada para arrasar? Por favor. Siobhan se echa el pelo hacia atrás justo cuando un hombre pasa a su espalda y tropieza con su silla. El café de él se desequilibra y una pequeña salpicadura aterriza sobre el hombro de ella, fundiéndose con el rojo pasión del vestido y formando una pequeña mancha: dos gotitas en forma de punto y coma. Tiene toda la pinta de encuentro de película. Durante una fracción de segundo, mientras se gira, Siobhan se lo plantea; es bastante atractivo y alto, el tipo de hombre que seguramente tendrá un perro grande y una risa contundente. Entonces él dice: —¡Madre mía, vas a sacarle un ojo a alguien con esa mata de pelo! Y Siobhan decide que no, que está demasiado enfadada como para aguantar a hombres altos e imponentes que no se disculpan de inmediato por tirar café sobre vestidos de alta costura. Un ardor colérico y justiciero brota en su pecho y ella lo agradece, casi hasta se siente aliviada: eso es justo lo que necesita. Extiende la mano y le toca suavemente el brazo al hombre. Él se detiene, arqueando un