Un jefe de lo más liante (Spanish Edition)

Primera edición. Un jefe de lo más liante ©Ariadna Baker. ©Febrero, 2023. Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor. ÍNDICE Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Epílogo RRSS Capítulo 1 Siempre llega un punto en nuestras vidas en el que, de repente, te levantas un buen día y decides que hasta aquí has llegado, que cambias o vivirás condenada a ser una amargada durante el resto de tu vida. Y eso era lo que me pasaba, que estaba deprimida, triste y con la autoestima por los suelos, me infravaloraba por completo. Con treinta y cinco años me sentía una señora de sesenta. Vivía por y para mi marido; ese hombre egoísta que me hacía sentir como si fuese su sirvienta, un florero en la casa el cuál no tenía derecho a nada. Era él y solo él, se anteponía a todo y, los demás, no teníamos importancia. Todo un machista que ni siquiera me dejaba trabajar, solo me quería ver limpiando la casa, cocinando y encargándome de la compra, eso sí, que ni se me ocurriese parar a tomar un café con alguna antigua amiga que encontrase porque como se enterase, me ponía de vuelta y media. Jamás en la vida me había puesto la mano encima, hasta la noche anterior, en la que me había cruzado la cara de una bofetada y me había hecho sentir humillada por completo, fue la gota que colmó el vaso. Desde ese momento, en que acto seguido me acosté, no pude pegar ojo en toda la noche, a la vista estaba que eran las siete de la mañana y seguía con esa rabia y dolor por lo sucedido. Me hice la dormida cuando noté que se levantaba para ir a trabajar, esperé a que se fuera y me puse a meter en bolsas mi ropa y objetos personales. En dos horas lo tenía todo recogido, tampoco es que tuviese mucho, ya que apenas salía y, además, Andrés no me permitía gastar mucho, me tenía muy controlados los gastos ya que teníamos la cuenta en común, ahí entraba su sueldo y se quedaban los ahorros. Siempre tenía en casa cuatro mil euros en efectivo, así que los cogí y sobre la mesa dejé mis tarjetas y una nota. “Me he ido para siempre, he cogido el efectivo, es lo único que quiero para poder comenzar una nueva vida. La casa te la puedes quedar, ya que la hipoteca la pagabas tú, y, aunque me pertenece la mitad, no la quiero, ni siquiera los ahorros del banco. Lo único que te pido es que prepares el divorcio de mutuo acuerdo, no hay otra manera de hacerlo ya que no quiero ni te reclamo nada, pero, eso sí, los abogados los pagas tú. No se te ocurra llamarme ni escribirme y, mucho menos, buscarme o entonces nos enfrentaremos en los tribunales, y será cuando quiera la mitad de todo. No te voy a decir las razones por las que me voy porque no hay que ser muy listo para entenderlo y más, cuando eres la persona que me arrastró con sus actos a esta decisión. No te deseo nada, ni malo ni bueno, solo que desaparezcas de mi vida y que, si un día me ves, sepas que para mí eres un completo desconocido, ni hagas el intento de saludarme”. Llamé a una empresa de mudanzas y vinieron a por mí en un monovolumen de siete plazas, reclinaron los asientos y ahí colocamos todas mis cosas. Me desplacé a una hora de la ciudad, allí tenía el piso de mis abuelos que heredé cuando murieron mis padres. Una casa que había estado cerrada desde que mi madre murió, hacía ya dos años, justamente cuando se cumplían dos años de la mi padre. Se me fueron muy rápido los dos, él por una enfermedad agresiva y ella por un infarto que le dio en plena calle. El chico me ayudó a subir todo y le aboné el servicio. Cuando cerré la puerta solté el aire que tenía retenido en los pulmones, ni siquiera había sido consciente de que por los nervios lo estaba reteniendo. Me puse a llorar de impotencia, sentía que todo mi mundo se había desmoronado por completo, aunque comprendía que no era vida lo que yo tenía. No me había respetado como persona y vivía bajo la sumisión de un hombre que, de haber sido mi gran amor, se había convertido en mi mayor enemigo. La casa no estaba reformada pero tampoco antigua, la última obra la hicieron mis padres hacía diez años y la mantuvieron muy bien, incluso los muebles, aunque no eran muy modernos, tampoco eran antiguos. Comencé a colocar todo en mi habitación de soltera, en la que viví toda la vida hasta que me casé con Andrés. A la de mis padres no me atrevía, sinceramente era como no respetar el que había sido su espacio, su nido de amor como ellos decían. Cuando lo tuve todo colocado, fui al supermercado para comprar comida y cosas de limpieza. Tenía que llenar el frigorífico y la despensa con productos esenciales. Los ahorros que dejaron mis padres al fallecer, los dejé en una cuenta a parte a mi nombre, para que de ahí se cobrasen la comunidad, la contribución, la basura y la luz, que, aunque no se usara no la di de baja ya que se pagaba poco. Andrés siempre me decía que la vendiese, y