Author/Uploaded by Oliver Pötzsch
Viena, 1894. En un sarcófago del Museo de Historia de la ciudad aparece, momificado, el cuerpo del profesor Alfons Strössner, uno de los mayores egiptólogos del mundo. Leopold von Harzfeldt será el encargado de la investigación y pronto descubrirá que, de los cuatro miembros de su última expedición a la Tierra Negra, tres han fallecido en extrañas circunstancias, por lo que...
Viena, 1894. En un sarcófago del Museo de Historia de la ciudad aparece, momificado, el cuerpo del profesor Alfons Strössner, uno de los mayores egiptólogos del mundo. Leopold von Harzfeldt será el encargado de la investigación y pronto descubrirá que, de los cuatro miembros de su última expedición a la Tierra Negra, tres han fallecido en extrañas circunstancias, por lo que la sombra de una maldición se cierne sobre lo sucedido. Pero ni Leopold ni el sepulturero Augustin Rothmayer creen en las maldiciones y están convencidos de que se trata de un asesinato. Con la ayuda de Julia, encargada de hacer las fotografías en otro caso importante del departamento de policía y con quien Leopold mantiene una relación secreta, los tres volverán a verse envueltos en un caso que oculta mucho más de lo que parecía a primera vista. Sarcófagos misteriosos, maldiciones egipcias y arqueólogos asesinados en un nuevo y frenético caso para el investigador Leo von Herzfeldt y el sepulturero Augustin Rothmayer. EL SEPULTURERO Y LA TIERRA NEGRA Oliver Pötzsch Título original: Das Mädchen und der Totengräber de la traducción, Héctor Piquer Minguijón, 2023 Editorial Planeta, S. A., 2023 A Katrin, mi sol, una vez más. Porque siempre has creído en mí (y en Augustin)… ¡Envejecer a tu lado es una fuente diaria de juventud! Y a un pequeño detective belga cuyos casos ficticios leí ávidamente en el momento de escribir este libro. ¡El gran desenlace se lo dedico a usted, monsieur Hércules Poirot! Al principio no veía nada. El aire caliente que salía del interior de la cámara hacía parpadear la llama de la vela, pero cuando mis ojos se adaptaron a las condiciones lumínicas, vi aparecer bajo el polvo distintos detalles de la habitación, animales extraños, estatuas y oro. El resplandor del oro lo bañaba todo. HOWARD CARTER, sobre el descubrimiento de la tumba de Tutankamón Personajes Jefatura de la Policía de Viena Inspector Leopold von Herzfeldt Inspector Erich Loibl Inspector jefe Paul Leinkirchner Jefe superior de policía Moritz Stukart Julia Wolf, fotógrafa forense Cementerio Central de Viena Augustin Rothmayer, sepulturero Anna, niña huérfana El administrador del cementerio Sociedad Arqueológica de Viena Profesor Alfons Strössner Charlotte Rapoldy, hija de Strössner Dr. Clemens Rapoldy, yerno de Strössner Profesor Walter Kerfeld, catedrático de Universidad Dr. Alexander Dedekind, director de la Colección de arte egipcio-oriental Dr. Friedrich Carl Knauer, director del Parque Zoológico de Viena en el Prater Carl Rebers, ayudante de Knauer Profesor Eduard von Hofmann, director del Instituto de Medicina Forense y ordenado Caballero del Imperio Archiduque Raniero de Austria, miembro de la Casa Imperial Otros personajes Adelheid Rinsinger, casera de Leo La Gorda Elli, propietaria del burdel Dragón Azul Bruno, portero del Dragón Azul Margarethe, amiga de Julia Saidrovuni, jefe de la tribu matabele Eugen Lenz, cuidador de animales del zoo Jurek, líder de los peinacanales Padre Gregor Mayr, egiptólogo Dr. Adolf Landinger, egiptólogo De Ritos funerarios y cultura popular, de Augustin Rothmayer, escrito en Viena en 1894 El arte egipcio de la momificación es, sin duda, uno de los rituales funerarios más sofisticados que existen, una técnica que se ha ido perfeccionando a lo largo de miles de años. Según cuenta el historiador griego Heródoto, los egipcios introducían por la nariz del cadáver un hierro alargado y curvo con el que desmenuzaban el cerebro, mezclaban el picadillo resultante y lo extraían cuidadosamente con el extremo ganchudo del instrumento. Luego vertían aceite de unción por los orificios nasales con el fin de disolver los restos de materia cerebral que hubieran quedado en el interior del cráneo. Entonces, con una piedra de obsidiana bien afilada, el embalsamador diseccionaba el cuerpo y extraía las vísceras de la cavidad abdominal, que era a su vez enjuagada con vino de palma y una majadura de hierbas. A continuación, el cuerpo se rellenaba con fardelillos de lino, Prólogo Egipto, en algún lugar cercano a las ruinas de la antigua Tebas, a finales de la primavera de 1892 El profesor Alfons Strössner, respetado erudito vienés y egiptólogo de renombre mundial, tropezó con una boñiga de camello reseca, blasfemó contra Ra, el deslumbrante dios solar, y cayó de bruces en la arena. La lengua se le había quedado pegada al paladar como si fuera un trapo seco. Innumerables granitos de arena le resbalaban por el pelo y le causaban picor en la nariz, los oídos y los ojos, y el terreno blando sobre el que yacía quemaba como el fuego. Buscó a tientas su cantimplora, bebió con avidez las pocas gotas de agua que quedaban y se incorporó. ¿Cómo había podido cometer la estupidez de perderse? ¡Ni que fuera uno de esos esnobs lores británicos! A su alrededor se extendían interminables dunas de arena, una detrás de otra, como olas en un mar amarillo parduzco, salpicadas de