Author/Uploaded by Samuel Bjørk
Índice El lobo Primera parte. Abril de 2001 Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Segunda parte Capít...
Índice El lobo Primera parte. Abril de 2001 Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Segunda parte Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Tercera parte Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Capítulo 28 Capítulo 29 Cuarta parte Capítulo 30 Capítulo 31 Capítulo 32 Capítulo 33 Capítulo 34 Capítulo 35 Capítulo 36 Capítulo 37 Capítulo 38 Capítulo 39 Capítulo 40 Capítulo 41 Quinta parte Capítulo 42 Capítulo 43 Capítulo 44 Capítulo 45 Capítulo 46 Capítulo 47 Capítulo 48 Capítulo 49 Capítulo 50 Sexta parte Capítulo 51 Capítulo 52 Capítulo 53 Capítulo 54 Capítulo 55 Capítulo 56 Capítulo 57 Capítulo 58 Capítulo 59 Capítulo 60 Capítulo 61 Capítulo 62 Capítulo 63 Capítulo 64 Capítulo 65 Séptima parte Capítulo 66 Capítulo 67 Capítulo 68 Capítulo 69 Capítulo 70 Capítulo 71 Capítulo 72 Capítulo 73 Capítulo 74 Capítulo 75 Capítulo 76 Capítulo 77 Octava parte Capítulo 78 Capítulo 79 Capítulo 80 Capítulo 81 Capítulo 82 Novena parte Capítulo 83 Capítulo 84 Capítulo 85 Sobre este libro Sobre Samuel Bjørk Créditos El 28 de mayo de 1993, dos niños de once años fueron encontrados muertos en una finca de Fagerhult, en Suecia, a unos diez kilómetros al nordeste de Uddevalla. Más tarde, el granjero que descubrió los cadáveres describiría el hallazgo «como si alguien hubiese abierto las puertas del infierno». Uno de los chicos, Oliver Hellberg, estaba desnudo y boca arriba. El otro, Sven-Olof Jönsson, fue encontrado en calzoncillos a escasos metros del primero. Entre los niños había un animal. Una liebre blanca. Debido a la crudeza del caso, se formó una unidad de investigadores de la Policía Judicial de Estocolmo, que trabajaría junto con un grupo local de la Policía del Oeste, pero pronto quedó claro que dicha colaboración no iba a funcionar. Durante los años que siguieron, la dirección del grupo cambió en no menos de tres ocasiones, y al final tuvo que dimitir también la ministra de Justicia sueca, Eva Nordberg. Asimismo, se acusó al grupo de investigadores de haber filtrado información del diario personal de uno de los chicos. Los padres del niño, Patrick y Emilie Hellberg, recurrieron a la justicia para impedir que la prensa vespertina diera a conocer los pensamientos privados de su hijo, de once años. El matrimonio ganó en primera instancia en la Audiencia Provincial de Uddevalla, pero perdió en el Tribunal de Justicia del Oeste de Suecia. La madre, Emilie Hellberg, fue hallada muerta en la bañera de su casa de la calle Ekeskärsvägen unas semanas más tarde. Se había quitado la vida. En algo que se conoce como «el día de la vergüenza» en la historia del periodismo sueco, el diario del niño apareció publicado de manera íntegra el 14 de octubre de 1993, tanto en Expressen como en Aftonbladet. Por primera vez, ambos periódicos salieron exactamente con la misma portada, que mostraba la última página del diario del chico. Solo contenía unas pocas palabras, escritas a mano: Mañana hay luna llena. Tengo miedo del lobo. El caso sigue sin resolverse. 1 ABRIL DE 2001 1 Thomas Borchgrevink se encontraba en el parking de delante de la antigua escuela de Fredheim, en Lørenskog, donde esperaba que pronto comenzase a soplar el viento. No sabía por qué ella había escogido justo ese lugar para quedar, pero se hacía alguna idea. ¿Para ponérselo lo más difícil posible? ¿Sería eso? ¿Sí? El hombre, de treinta y seis años, echó un vistazo al reloj al tiempo que una bandada de cornejas alzaba el vuelo desde un árbol cercano. La llamada de las aves resonó en el lugar desierto, porque no había nada por allí, solo unas fincas, una cantera de arena y ese viejo edificio blanco, la escuela a la que él mismo había ido cuando era niño. En otra vida. Antes del suceso. Hacía tiempo que no visitaba esa parte del mundo. Tampoco es que hubiera estado en ningún otro sitio. Doce años en el trullo. Había salido unos meses antes y aún luchaba por acostumbrarse a esa sensación. La sensación de poder hacer lo que le diera la gana. Thomas Borchgrevink se ajustó la cazadora y se sentó en las escaleras del antiguo edificio, donde volvió el rostro hacia el débil sol que asomaba tras los árboles. Eran las nueve menos cuarto. Habían quedado a las diez, pero Thomas no quería dejar nada al azar. Ella era capaz de inventarse cualquier cosa. «Miren, habíamos dicho a las nueve, y ni siquiera se presentó. ¿De verdad creen que tiene derecho a ver a su hijo? La última vez que se vieron, el niño solo tenía dos años, ¿son conscientes de ello?». De repente crujieron unas ramas en las copas de los árboles del final de la carretera, y enseguida se animó un poco. Quizá comenzase a soplar un poco, después de todo. El viento. Una idea estúpida, por supuesto. ¿Una cometa? Le había costado dar con algo que pudieran hacer por allí. Había