Author/Uploaded by Susana Rodríguez Lezaun
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47 ...
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47 Editado por HarperCollins Ibérica, S. A. Avenida de Burgos, 8B - Planta 18 28036 Madrid En la sangre © Susana Rodríguez Lezaun, 2023 www.susanarodriguezlezaun.com © 2023, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A. Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte. Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia. Diseño de cubierta: CalderónSTUDIO® Imágenes de cubierta: Dreamstime.com y Shutterstock ISBN: 9788491398653 Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L. Índice Créditos Citas Dedicatoria Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Capítulo 28 Capítulo 29 Capítulo 30 Capítulo 31 Capítulo 32 Capítulo 33 Capítulo 34 Capítulo 35 Capítulo 36 Capítulo 37 Capítulo 38 Capítulo 39 Capítulo 40 Capítulo 41 Capítulo 42 Capítulo 43 Capítulo 44 Capítulo 45 Agradecimientos Estamos unidos por la sangre, y la sangre es memoria sin lenguaje. Joyce Carol Oates Hoy estoy sin saber yo no sé cómo, hoy estoy para penas solamente, hoy no tengo amistad, hoy solo tengo ansias de arrancarme de cuajo el corazón y ponerlo debajo de un zapato. Miguel Hernández, «Me sobra el corazón» A Eva. Si os cruzáis con ella, debéis saber que nunca conoceréis una persona mejor, más generosa y con el corazón más grande A Iker. La luz de mis días, el muchacho de la sonrisa eterna, de los ojos brillantes, del ceño fruncido ante las injusticias 1 No sabía por qué, pero lo único en lo que podía pensar en esos momentos era en los viajes en el tiempo. ¿Serían reales algún día? Reales y sencillos, claro. Recordaba películas en las que los viajeros en el tiempo perdían con cada salto temporal parte de su materia física, de sus moléculas o algo así. No quería deshacerse entre rayos azules y esferas que giraban a la velocidad de la luz, ni saltar montada en un DeLorean enorme, ruidoso e impredecible. No, ella solo quería hacer y deshacer a su antojo, arreglar situaciones y, lo más importante, adelantarse a sus rivales. Lo que estaba ocurriendo en ese momento no tendría por qué suceder si hubiera sabido de antemano que estaba pactando con el diablo. Y, sobre todo, si hubiera sido capaz de predecir, de ver de algún modo, lo estúpida que estaba siendo. El pelo dibujó retorcidos remolinos alrededor de su cabeza y le azotó la cara cuando le dio la espalda al viento. Estaba helada. La noche ya era fría de por sí, pero allí abajo podía sentir sobre la piel la gélida caricia de la nieve que ya debía de estar cayendo en las cumbres más altas. Hundió las manos en los bolsillos del anorak y rozó distraída el cañón de la pistola. La tranquilizó sentir el metal en la yema de los dedos. Ese era el único tacto frío que no le molestaba. Giró una vez más sobre sí misma, despacio, atenta a cualquier movimiento. En aquel camino no había farolas, y hacía muchos metros que había perdido de vista las luces del pueblo. Podía oír el paso furioso del río Bidasoa, ahíto después de las últimas lluvias, pero apenas veía un par de metros a su alrededor. Suficiente. Conocía aquel lugar como la palma de su mano, tanto de día como de noche. Se refugió en el túnel de piedra y miró el reloj. Allí dentro el ruido era ensordecedor. Guijarros rodando ladera abajo hasta el río, arrastrados por el vendaval; el silbido del viento entre las piedras del estrecho pasadizo; el quejido de los viejos árboles, que crujían con cada sacudida. Golpeteó el suelo y bufó, aunque lo que más ruido hacía era su propio corazón, que rebotaba en su pecho y lanzaba furiosos empellones de sangre palpitante a sus sienes, sus muñecas y sus ingles. Si pudiera viajar en el tiempo, saltaría hasta volver a tener veinte años. Eso sí, era primordial conservar la memoria o, al menos, llevar un papel en el bolsillo advirtiéndose a sí misma de lo que debía y, sobre todo, lo que no debía hacer. Escuchó un ruido a unos metros de ella, a la derecha. Por ese lado descendía el sendero que conducía hasta el punto de encuentro, donde ya llevaba casi media hora esperando. No veía nada. Si habían elegido ese lugar para encontrarse era precisamente porque allí no había vecinos, ni cámaras, ni siquiera una carretera o un camino por el que pudiera acercarse un coche sin ser visto. Era el vacío. Pasos. Largos, fuertes, decididos. Acarició una vez más su pistola. La culata repujada, el percutor, el suave gatillo, el terrorífico y tranquilizador cañón… Se giró hacia la derecha. Él debía estar a punto de llegar, a pesar de que ya no oía nada. Supuso que se había detenido un momento. Quizá se había enganchado en una púa, no sería raro entre tanta zarza. El siguiente sonido la pilló por sorpresa. Ya no procedía de su derecha, sino de su espalda. Pasos cortos,