El ritmo de la noche

Índice Portada Sinopsis Portadilla 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46 47 48 49 50 51 52 53 54 55 56 57 58 59 60 61 62 63 64 65 66 67 68 69 70 71 72 73 74 75 Créditos Gracias por adquirir este eBook Visita Planetadelibros.com y descubre unanueva forma de disfrutar de la lectura ¡Regístrate y accede a contenidos exclusivos! Primeros capítulosFragmentos de próximas publicacionesClubs de lectura con los autoresConcursos, sorteos y promocionesParticipa en presentaciones de libros Comparte tu opinión en la ficha del libroy en nuestras redes sociales: Explora Descubre Comparte Sinopsis En la ciudad de Operetta hay una eterna guerra entre los chicos de los bajos fondos y los niños ricos del barrio más exclusivo, East Wood. Mark pertenece al primer grupo, liderado por Theo. Nunca ha necesitado la atención ni el amor de nadie. Pero entonces conoce a Lee Parker, el hijo de una de las familias más respetadas de la ciudad. Por otra parte, Iván, el perrito faldero de Theo, coincide con el cabecilla de los pijos del East Wood: Alex Peterson. Y es entonces cuando Mark e Iván comienzan a perder la cabeza por dos personas que jamás de los jamases habrían entrado en su prototipo de tío al que habrían besado. 1 Había algo casi místico en el acto de pegar un puñetazo. La conexión piel con piel, la descarga de energía, el mero contacto humano. A Mark lo ponía a cien. Un crujido rompió la noche y la sangre empezó a manar a borbotones. Mark se alejó de su víctima sacudiendo la mano. El gilipollas de Peterson tenía la nariz más dura de lo que esperaba. —¡Eh, Clark, cuidado por ahí! —oyó. Mark se agachó justo a tiempo de evitar que una botella de cerveza le golpeara la cabeza, pero no acertó a ver quién era el capullo de la mala puntería. A su alrededor, todo ocurría muy deprisa. Harvey se enfrentaba a uno de los colegas de Peterson un par de metros más allá. Otro tipo, Theo, parecía haber noqueado a todos los que habían sido tan ilusos como para enfrentarse a él. Ahora bailaba de manera ridícula con una botella de vodka en una de las manos. La oscuridad no ayudaba a hacerse una idea de qué cojones estaba pasando; o igual era Mark, que estaba demasiado borracho como para procesar las cosas con claridad. Peterson se limpió la sangre con la manga de su chaqueta y escupió al suelo. —Eres hombre muerto, Clark. Mark se relamió el labio inferior y sonrió. —Sigue soñando, Peterson. Dios. Estaba eufórico. Qué ganas tenía de partirle la cara a ese quarterback niño de papá. Peterson se lanzó sobre él, pero lo que le habría valido a la hora de hacer un placaje en un partido de fútbol no sirvió para alcanzar a Mark. Este se había criado en la calle y lo suyo era el juego sucio. Mark se apartó de su trayectoria, le hizo la zancadilla y lanzó un derechazo contra su cara. Los nudillos golpearon la piel, y Peterson se alejó siseando. —¿Qué pasa, Peterson? ¿Problemas de equilibrio? Peterson no contestó. Le enseñó unos dientes teñidos de rojo al tiempo que sus ojos refulgían con odio. —Eres una puta rata tramposa y voy a acabar contigo. Mark soltó una carcajada y alzó los brazos hacia el cielo. —Adelante. Ven con todo lo que tengas. Esta vez, cuando Peterson lo embistió, él no se apartó y ambos cayeron y rodaron por el suelo en un amasijo de puñetazos y patadas. Entonces las sirenas lo paralizaron todo a su alrededor. «Joder». Peterson reaccionó más rápido que él. Lo empujó y salió corriendo con el rabo entre las piernas. —¡Eh! —le gritó Mark—. ¡Te dejas tus pelotas aquí! Por supuesto, Peterson no contestó y ni siquiera se volvió. Seguro que quería evitar que su rico papaíto tuviera que ir a recogerlo a comisaría. A él, por el contrario, no podía importarle menos. Mark ya había estado en el calabozo en más de una ocasión. Era una excursión habitual en su familia. Todo era un caos total. La policía empezó a bajar de los coches mientras todo el mundo trataba de huir. Porras en ristre, no tenían pinta de andarse con miramientos, aunque sabían que había menores por ahí. No era un secreto para nadie que las peleas en el parque de la Camorra, como lo apodaban, eran la tónica habitual, ya fueran entre estudiantes de instituto o universitarios. No lo llamaban el parque de la Paz, al fin y al cabo. —¡Clark! ¡Levanta! ¡Es hora de irse! —Alguien tiró de él y lo obligó a levantarse. Se trataba de Harvey. Tenía un corte muy feo en una de las cejas, pero como su cara ya era fea de por sí tampoco marcaba mucho la diferencia. —Te han dejado hecho un cromo, tío —le dijo, y Harvey sonrió. —Tú no tienes mejor aspecto. No pudieron continuar la conversación. Un coche tocó el claxon en la distancia. —¿Alguien necesita un taxi? —La voz de Ivan les llegó desde el asiento del conductor. Y no se lo pensaron. Ambos jóvenes echaron a correr justo a tiempo de evitar que uno de los policías los alcanzara. Se subieron al vehículo de un salto y el viejo Mustang del 88 desapareció en la carretera. Harvey soltó un grito de euforia y sacó el dedo corazón por la ventanilla del copiloto mientras Ivan hacía sonar la bocina una y otra vez. Mark se recostó sobre el asiento y sonrió. Sentía su cuerpo vibrar. —Dios, decidme que habéis visto la cara de McCann cuando ha venido la policía. Os juro que se me ha puesto dura. —Ivan sonrió y el humo del porro se le escapó por las comisuras de