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Las singularidades

Author/Uploaded by John Banville


 
 
 
 
 
 
 Dedicatoria -->
 In memoriam
 Janet Elizabeth Dunham Banville
 1944-2021
 
 
 Cita -->
 Singularidad n. El hecho de ser singular; peculiaridad; individualidad; rareza; originalidad; algo curioso o extraordinario; un punto del espacio-tiempo en el que la materia está tan comprimida que posee una densidad infinitamente alta.
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 Dedicatoria -->
 In memoriam
 Janet Elizabeth Dunham Banville
 1944-2021
 
 
 Cita -->
 Singularidad n. El hecho de ser singular; peculiaridad; individualidad; rareza; originalidad; algo curioso o extraordinario; un punto del espacio-tiempo en el que la materia está tan comprimida que posee una densidad infinitamente alta.
 
 The Chambers Dictionary
 
 
 I
 
 
 
 
 
 
 
 
 Sí, ha puesto punto final a su sentencia, pero ¿significa eso que ya no tiene nada más que decir? No, ni mucho menos. Ahí lo tenemos, en el fresco esplendor de una mañana ventosa de abril, saliendo con paso firme al mundo como un hombre libre, más o menos. ¿De dónde ha sacado el estiloso atuendo? Debe de haber alguien que se preocupa por él, alguien que se haya preocupado. Observad el abrigo de piel de camello, elegante aunque pasado de moda, con el cinturón atado al desgaire en vez de abrochado, la chaqueta de tweed a medida y con doble abertura en la espalda, los zapatos lustrados, de cordones, el destello del oro en los puños de la camisa. Fijaos sobre todo en el sombrero alto de fieltro marrón oscuro, nuevo como el día e inclinado en un ángulo garboso sobre el ojo izquierdo. Lleva con soltura del asa un maletín, como de médico, baqueteado y arañado pero modestamente bueno. Ah, sí, es todo un caballero. El Señor era su sobrenombre, uno de ellos, allá dentro. Sobrenombre: qué acertado. Su nombre a la sombra. Las palabras son lo único que queda para mantener a raya la oscuridad. Porque esta mañana luminosa es mi brumoso crepúsculo.
 ¿Quién habla aquí? Yo, un diosecillo, pues los dioses grandes se han largado.
 De hecho, ha decidido cambiar de nombre. A pocos engañará con esa artimaña; entonces, ¿por qué tomarse la molestia? Veréis, es que se propone nada menos que llevar a cabo una transformación total, y en semejante empresa el comienzo más radical consistía en borrar el sello de fábrica, por así decirlo, y sustituirlo por otro de invención propia. La idea de una identidad supuesta entusiasmó al pobre infeliz. Como si un nombre nuevo pudiera ocultar pecados pretéritos. Aun así, pasó una media hora exasperante sentado con las piernas cruzadas en la estrecha litera de su celda, con lápiz y papel, como un colegial rezagado que empollara la lección, con el cuello de la camisa torcido y el pelo de punta, intentando crear un anagrama convincente a partir de lo que ya consideraba su antiguo nombre; pero había demasiadas consonantes y pocas vocales, y además, no se le daban nada bien esos juegos con palabras, así que, frustrado y molesto, tiró la toalla y buscó uno que ya existiera. El surtido era increíblemente amplio, desde el corriente John Smith hasta Rudolf de Ruritania. Sin embargo, al final encontró el que considera el nombre ideal.
 El simple placer de ser libre, o al menos de estar en libertad, se ve atenuado por una pizca de decepción. Siempre había imaginado una excarcelación con el glamour azabache y níquel propio de las películas de gánsteres de su juventud. Habría una enorme puerta de madera lisa en la que se abriría hacia dentro otra más pequeña, un portillo, y él saldría presuroso con un traje de franela cruzado y una corbata ancha, sus escasas pertenencias bajo el brazo envueltas en papel marrón y una sonrisa fría y tensa tallada en una comisura de la boca, y cruzaría una tierra de nadie hecha de adoquines y sombras oblicuas hasta llegar a un coche ostentoso que lo esperaría con un matón al volante mascando un mondadientes y, repantigada en el mullido asiento de atrás, una rubia platino con una estola de piel blanca y medias con costura fumando un cigarrillo insolente. O algo parecido, si es que puede decirse que algo se parece a otra cosa; la teoría Brahma, como bien sabemos, pone en duda incluso el sentido de identidad. Pero cualquier posibilidad de que ese día se desarrollara un drama pintoresco quedó disipada por el hecho de que el proceso de excarcelación se había puesto en marcha con sumo sigilo mucho antes de que desecharan los cerrojos, abrieran de par en par la puerta de la celda y se situaran a una distancia prudente, con látigos y escopetas de corredera en ristre. Exagero, claro. Lo que quiero decir es que hace unos años llegó de las alturas la orden de que se le permitiera salir algún que otro fin de semana y festivos seleccionados, a escondidas y en el entendido de que ello no sentara ningún precedente. Las salidas resultaron ser tan estresantes que más le hubiera valido quedarse tranquilamente dentro. Luego lo trasladaron de Anvil Hill, la «Colina del Yunque», donde el martillo de la ley cae con fuerza, a las boscosas latitudes de Hirnea House, un centro de reclusión más relajada designado con el oxímoron de «prisión abierta». No había sido feliz allí; prefería con mucho la vieja y buena Anvil, donde había pasado unos veinte años de cadena perpetua en un módulo espacioso aunque aislado, satisfecho entre sus compañeros, sus compadres, condenados a perpetuidad como él.
 Como comprenderéis, la palabra «satisfecho» se emplea aquí en un sentido relativo; las penas largas son penas largas, por muchas ventajas que se ofrezcan.
 Sea como fuere, ellos, nosotros, el nosotros colectivo, lo hemos soltado por fin y ahí lo tenemos, caminando presuroso por un sendero de grava hacia un taxi, un modelo grande, negro y bajo de estilo antiguo, de gasolina —hoy en día no veréis muchos como ese en las carreteras—, con un morro chato como el hocico de un dugongo y tapacubos cromados con abolladuras en los que se reflejan curvilíneos los bosques circundantes. Porque estamos en el campo, entre colinas de escasa altura salpicadas de ovejas, colinas que ellos tienen la desfachatez de llamar «montañas», y nuestro hombre saborea el canto de los pájaros y el viento, emblemas de la libertad. Hirnea House, una mole victoriana

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