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Los Días Felices

Author/Uploaded by Benito Olmo


 
 
 
 
 
 
 
 
 A Fernando
 
 
 Nota del autor
 
 Estimado lector: 
 Siempre he pensado en la lectura como un juego y un desafío a la imaginación. Partiendo de esta premisa, me gustaría proponerle un pequeño experimento.
 Esta novela puede leerse de la manera tradicional, esto es, empezando por la página 1 y terminando en la 289. Si...

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 A Fernando
 
 
 Nota del autor
 
 Estimado lector: 
 Siempre he pensado en la lectura como un juego y un desafío a la imaginación. Partiendo de esta premisa, me gustaría proponerle un pequeño experimento.
 Esta novela puede leerse de la manera tradicional, esto es, empezando por la página 1 y terminando en la 289. Sin embargo, he alternado entre los capítulos un interrogatorio dividido en cuatro partes que vertebra y da sentido a la trama. 
 Un modo de lectura alternativa sería leer en primer lugar el interrogatorio al completo. De esa forma, dispondrá de información privilegiada que le colocará en un plano de conocimiento superior a la hora de encarar el resto de la historia. Después podrá leer la novela desde el principio, saltándose cada pieza del interrogatorio.
 Dejo la decisión en sus manos. Sea cual sea la opción que elija, espero que disfrute la lectura.
 Propuesta de lectura alternativa:
 1: Interrogatorio (1)
 2: Interrogatorio (2)
 3: Interrogatorio (3)
 4: Interrogatorio (4)
 5: De «Nielsen» hasta el final
 
 
 I. Decisiones
 
 
 Interrogatorio (1)
 
 ¿Queréis saber cómo murió Junior?
 Junior se pasó de listo. Tomó una de las peores decisiones de su vida en base a la absurda certeza que movía cada uno de sus actos: todo el mundo era idiota menos él.
 Creerse más listo que la inmensa mayoría tuvo consecuencias fatales para el pobre Junior. Podría decir que no se merecía lo que le pasó, pero no quiero engañarles: el muy capullo hizo méritos de sobra para ganarse ese final. 
 Todo comenzó la noche que llevó a su padre a ver a la vieja Baobab. 
 Elijo ese día como podría escoger cualquier otro, ya que la insensatez de nuestro querido Junior viene de mucho antes, pero no creo que sea necesario resumir su vida y obra para que se hagan una idea de por qué terminó en aquella fosa con un agujero en el estómago del tamaño de una impresora barata.
 De acuerdo, me ceñiré a los hechos.
 Como decía, esa noche Junior llevó al señor Nielsen a ver a la vieja Baobab. Eso no formaba parte de sus funciones, pero el tipo que conducía de forma habitual no fue a trabajar ese día y le encargaron sustituirlo. ¿Qué podía hacer, si no? Tampoco es que haya un sindicato de matones al que hubiera podido quejarse, precisamente. Aunque existiera algo así, Junior no era de los que protestaban. Su mentalidad de soldado fiel no le dejaba mucho margen de maniobra y tomar sus propias decisiones no se le daba demasiado bien. De hecho, ya saben cómo le fue la última vez que lo hizo.
 Por eso, cuando le dijeron que tenía que hacer de chófer durante unas horas, se puso al volante sin protestar. En el fondo, se sentía afortunado por tener la oportunidad de conducir aquel inmenso Jaguar, aunque jamás lo habría reconocido abiertamente. 
 Junior apenas llevaba unas semanas en Frankfurt. Había regresado después de una infructuosa etapa de dos años en Holanda. Durante ese tiempo no hizo otra cosa que colocarse y delinquir de las formas más variadas e imaginativas posibles. Por eso, el señor Nielsen decidió traerlo de vuelta antes de que llamase la atención de las autoridades holandesas. Lo último que quería era que su hijo terminase detenido o encarcelado cuando aún no había cumplido los veinte. 
 Ordenó que Junior empezara desde abajo y lo puso a cargo de su seguridad, como un gorila más. De esa forma, se dijo, lo tendría controlado y lo vigilaría para que no cometiera ninguna estupidez.
 Con el señor Nielsen acomodado en el asiento trasero del Jaguar, Junior arrancó y se dispuso a seguir al pie de la letra las indicaciones del GPS. Como de costumbre, su padre lo ignoró y dejó que su mirada se perdiera en el exterior, súbitamente interesado en cualquier cosa que pudiera haber al otro lado de la ventanilla. Junior se había habituado a volverse invisible cuando se encontraba en su presencia, pero ese día, al observarlo a través del retrovisor, tuvo la impresión de que algo no iba como debía. La frente arrugada y los labios apretados del señor Nielsen certificaban que estaba preocupado por algo. También le pareció que respiraba de forma pesada e incluso se permitía algún suspiro ocasional. 
 Más le valía estar en guardia, concluyó; por lo que pudiera pasar.
 Cuando tomaron la carretera que salía de Offenbach, Junior tuvo que comprobar el navegador para asegurarse de que seguían en la dirección correcta. Las elegantes ruedas del Jaguar no habían sido concebidas para adentrarse en aquellos carriles polvorientos y llenos de baches, aunque la suspensión se comportó con bastante dignidad. Observó de nuevo a su padre, por si acaso la visión de aquella carretera angosta lo perturbaba, pero este ni siquiera parecía darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor.
 —Haz el favor de mirar a la carretera —dijo el señor Nielsen.
 ¿Qué pasa? ¿Es que no quieren saber lo que sucedió? Entonces déjenme que lo cuente a mi manera. Me importa una mierda si les gusta o no. Pueden creer cada palabra. No gano nada con mentir a estas alturas.
 —Disculpe, señor Nielsen.
 Lo dijo con sorna, haciendo énfasis en ese «señor Nielsen» para sacar a su padre de quicio, pero este no pareció darse cuenta y siguió ignorándole sin piedad.
 Junior volvió a mirar al frente, enfurecido por su propia torpeza, y resolvió poner todos sus sentidos en la carretera. Reconoció el sendero que conducía a Los Días Felices, el desguace regentado por el clan de los Popescu. Nada le interesaba menos que encontrarse con esa gentuza, cuya fama de pendencieros era legendaria. Había oído que en Los Días Felices se celebraban casi a diario veladas multitudinarias que incluían peleas de perros, de personas y de prácticamente cualquier cosa que pudiera mantenerse en pie el tiempo suficiente como para ofrecer un buen espectáculo. Normalmente, los Popescu

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