Author/Uploaded by Eva Espinet
Créditos Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47 
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Créditos Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47 Editado por HarperCollins Ibérica, S.A. Avenida de Burgos, 8B - Planta 18 28036 Madrid Un punto azul en el Mediterráneo © 2023 Eva Espinet Padura © 2023, para esta edición HarperCollins Ibérica, S.A. Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte. Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia. Diseño de cubierta: CalderónSTUDIO® Imágenes de cubierta: Shutterstock ISBN: 9788418976490 Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L. Índice Créditos Dedicatoria Citas I. Un punto azul en el Mediterráneo, 1995 II. Marina III. Hans IV. Los largos días V. Lo anterior a todo… VI. El primer baile, 1935 VII. El dragón dormido VIII. El tiempo del adiós IX. Tiempos extraños, 1936 X. Los años salvajes XI. Berlín, 1939 XII. Viento del este XIII. El tren XIV. S de apátrida XV. El batallón de los patinadores XVI. El plan del hambre XVII. Chris XVIII. El triángulo rosa XIX. La niebla de la noche XX. Viento de primavera XXI. El país del silencio XXII. La última carta XXIII. Como la espuma del mar en el océano A mis abuelas, Adelina y Áurea, mis dos puntos de luz «Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos. Sin memoria no existimos y sin responsabilidad, quizá, no merezcamos existir». JOSÉ SARAMAGO «Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos». JULIO CORTÁZAR, Rayuela I Un punto azul en el Mediterráneo, 1995 Hasta la llegada de aquel verano, Alma había tenido el convencimiento de pertenecer a una familia como las demás. Sin saberlo, regresaba a Palamós, un pueblecito de pescadores, para postergar un presente que la atormentaba y redimir de un oscuro pasado a su familia… Días antes, Alma había recibido una carta de su abuela Marina, cuyas palabras le habían inquietado. L’àvia, como cariñosamente la llamaba, ya en sus setenta y tantos, sentía debilidad por su nieta y, ahora más que nunca, precisaba de su cercanía. La joven también ansiaba sus cálidos abrazos, mecerse entre caricias y besos tiernos, delicados; a veces, besos de mariposa; otras, besos sonoros, espléndidos, que le provocaban la risa cuando se sentía desconsolada o con añoranza. A las dos las unía una complicidad alimentada de largas estancias en las que Marina siempre se había ocupado de su nieta como una madre. Ella era quien la protegía, la alimentaba, le curaba las heridas, la levantaba de las caídas y la arrullaba con sus caricias. A Marina nunca le soliviantaron los arrebatos de Alma. La excusaba ante la ausencia de unas directrices maternales que habían marcado aquel carácter indolente. Ella sabía pasar por encima de eso, esperando que su nieta aprendiese a base de errores, mientras le susurraba: «Anda, quiero verte sonreír», y, si en alguna ocasión se despertaba con el ánimo bajo, exclamaba: «¡Hala, a la playa!». Por su parte, la joven Alma se reía o se conmovía con las historias que le contaba su abuela sobre su vida pasada con tanto detalle que a veces le parecía que le estaba narrando una quimera. Le divertían sus mentiras «piadosas» que, como las trampas con los naipes, Alma cazaba al vuelo. En la mente de la joven, Palamós era como una minúscula isla en la inmensidad de un mar lento y cristalino que, al llegar el verano, se llenaba hasta la bandera de embarcaciones de lujo de todos los tamaños posibles, a las que había que limitar el paso para que no alcanzasen de un salto una orilla en la que había que esquivar pies de rana que chapoteaban alegres, brazos que lanzaban al aire pelotas morrocotudas con alias de bronceador, o muslámenes que sudaban para mover los patines acuáticos hacia el horizonte marino. Tras esa atmósfera estival se extendía un arenal de fino granito a lo largo de toda la villa, virgen en invierno y vibrante durante el estío. Alma retornaba a ese lugar en el que saboreaba la libertad que le confiaba su abuela. Volvía al calor de aquel pueblo para reencontrar una paz perdida durante su estancia de dos años en Londres, convertida los últimos meses en una prisión sin escapatoria. Ahora, de manera perentoria, necesitaba poner un océano de por medio… Hacia el mediodía, Alma avistó la bahía de Palamós. Conducía su Golf blanco de segunda mano, que, desde hacía dos años, había dormido en el garaje de su madre, en Barcelona. Se extasió ante una luminosidad que lo arrebataba todo. Divisó en la distancia el puerto. Junto a este, un batiburrillo de casitas blancas, arremolinadas sobre la colina, fulgía bajo la atenta mirada de un sol incandescente, anticipo de otro largo y cálido verano. En el paseo emanaba, inconfundible y único, un aroma a mar en bonanza, a pescado recién capturado, a arena ardiente, a espuma blanca rompiendo sobre los pelados peñones y a resina de pinos; también a sofrito de paella y a calamares a la romana. Aquellos olores particulares embriagaban los sentidos más primarios de la joven y la devolvían por unos instantes a sus años más felices. Un calor pegajoso la obligó a bajar las ventanillas del coche; del exterior llegaron ráfagas de aire caliente, como salidas de un secador. Se hizo a un lado de la