Author/Uploaded by Marina Bruno; Isabel Álvarez
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¡Encuentra aquí tu próxima lectura! ¡Síguenos en redes sociales! Índice Portada Sinopsis Portadilla Un trueno despertó a Klaus, que dormitaba en la popa... 1. El telégrafo 2. Las coordenadas 3. El capitán 4. La salida 5. La entrevista 6. Los destellos 7. El código 8. La isla 9. La antigua ciudad 10. Odetta 11. El mapa 12. El salto 13. El Continente Créditos Gracias por adquirir este eBook Visita Planetadelibros.com y descubre unanueva forma de disfrutar de la lectura ¡Regístrate y accede a contenidos exclusivos! Primeros capítulosFragmentos de próximas publicacionesClubs de lectura con los autoresConcursos, sorteos y promocionesParticipa en presentaciones de libros Comparte tu opinión en la ficha del libroy en nuestras redes sociales: Explora Descubre Comparte SINOPSIS Cinco años después de la desaparición del abuelo de Maya, un grupo de valientes marineros trata de repetir la ruta que este hizo en su último viaje. Miles de personas se reúnen en Bergen para presenciar la salida, entre ellos la familia Erikson. Entonces, un sorprendente acontecimiento cambia los planes de Maya: tiene que subirse a uno de aquellos barcos, sea como sea. La carrera prometía ser complicada, pero ninguno preveía hasta qué punto, ni a dónde los llevaría aquel viaje. MAYA ERIKSON y la isla oculta ISABEL ÁLVAREZ Ilustraciones de Marina Bruno Un trueno despertó a Klaus, que dormitaba en la popa agarrado al timón. El fuerte viento se levantó de repente y golpeó la vela. Klaus no tuvo tiempo de ponerse en pie; la embarcación se escoró tanto que rodó por el suelo. Sujetándose donde pudo, consiguió levantarse. Trató entonces de recuperar el control del barco, pero constantes chorros de agua lo empapaban continuamente y apenas podía ver. —Maldita sea, ¡no podrás conmigo! —gritó. Al ver que la situación era insostenible, supo que solo le quedaba una alternativa: arriar las velas y navegar a la deriva, al compás de las olas, esperando resistir. Entonces, levantó la mirada y vio que el velero se dirigía hacia un enorme pedrusco negro a gran velocidad. Era demasiado tarde, ya no podía hacer nada para evitar el impacto. Klaus apretó los dientes y cerró los ojos. —Papá, esa no es tu maleta, ¡es esta! —le dijo Maya a su padre mientras bajaba la bolsa de la cinta transportadora. Un hombre con mala cara se acercó a él y le quitó el equipaje que tenía en las manos. —Uy, tienes razón, qué despiste. ¡Perdone! —se disculpó cuando el otro pasajero ya se alejaba. —Cariño, ni siquiera era del mismo color —se rio Rebeca, y le dio un beso. Salieron del aeropuerto y se montaron en un autobús que los llevó directos al centro de Bergen, la ciudad en la que vivía Emma, la madre de Rebeca. Nada más bajarse, Maya echó a correr, se metió por una callejuela y llegó a la casa de su abuela, que ya los esperaba en la puerta. —¡Hola, pequeña! —exclamó al verla aparecer, y le dio un largo abrazo—. ¡Qué ganas tenía de verte! —Y yo a ti, abuela —respondió Maya. Sus padres llegaron poco después. —¡Hola, mamá! —saludó Rebeca. —Emma, ¿cómo estás? —preguntó Sebastián. —Feliz de teneros aquí después de tanto tiempo —contestó ella agarrándolo por el hombro, y caminó con él hacia la puerta—. Vamos, pasad. Maya dejó la maleta en la entrada y corrió al salón; estaba entusiasmada por estar allí. Su abuela vivía en una casita de madera cerca del puerto. Aunque era bastante vieja y no demasiado grande, era el lugar más acogedor en el que había estado; cada detalle rebosaba encanto e inspiración. —La ciudad está repleta de gente —comentó Rebeca mientras se servía una taza de café. —Llevan semanas con los preparativos, ¡están como locos! —respondió su madre, que rebuscaba entre los libros de una enorme estantería que llenaba la pared—. Si tu padre lo viera… —añadió riéndose. En dos días se celebraría la Gran Regata Transoceánica Leif Erikson, una carrera organizada para conmemorar la ruta que siguió el explorador vikingo en su viaje hasta América y cuyo pistoletazo de salida se daría en Bergen. Esa misma ruta era la que había hecho Klaus, el abuelo de Maya, cinco años atrás, y en la que había desaparecido misteriosamente. Desde entonces, no habían vuelto a saber nada de él. —El abuelo ganaría, ¡seguro! —exclamó Maya, que se había sentado en el suelo, al lado de la chimenea. —Es posible, y luego nos contaría la historia una y otra vez —se rio Emma; después sacó un libro y se lo pasó a la niña—. Para esta noche —le susurró, y le guiñó un ojo. A Maya le encantaba encender la chimenea por las noches y leer uno de los libros de aventuras de su abuelo mientras se comía un skillingsboller, un rollo de canela típico de noruega que su abuela cocinaba especialmente bien. Ella solía recordarle que se fuera a la cama a una hora razonable, pero más por costumbre que porque realmente quisiera que le hiciera