El viento conoce mi nombre Cover Image


El viento conoce mi nombre

Author/Uploaded by Isabel Allende


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 A Lori Barra y Sarah Hillesheim 
 por su corazón compasivo 
 
 
 
 
 
 
 
 
 He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo se puede ver bien con el corazón; lo esencial es invisible para los ojos.
 
 ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY,
...

Views 56024
Downloads 2644
File size 326.6 KB

Content Preview


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 A Lori Barra y Sarah Hillesheim 
 por su corazón compasivo 
 
 
 
 
 
 
 
 
 He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo se puede ver bien con el corazón; lo esencial es invisible para los ojos.
 
 ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY,
 El Principito
 
 
 Hay una estrella donde toda la gente y los animales están contentos y es mejor que el cielo, porque no hay que morirse para ir allí.
 
 ANITA DÍAZ
 
 
 Los Adler
 
 
 
 
 Viena, noviembre-diciembre de 1938
 
 Había en el aire un anticipo de desgracia. Desde temprano, un viento de incertidumbre barría las calles, silbando entre los edificios, introduciéndose por los resquicios de puertas y ventanas. «Es el invierno que ya está aquí», murmuró Rudolf Adler para darse ánimo, pero no podía atribuirle al clima o al calendario la opresión que sentía en el pecho desde hacía varios meses.
 El miedo era una pestilencia de óxido y basura que Adler llevaba pegado en las narices; ni el tabaco de su pipa ni la fragancia cítrica de su loción de afeitar lograban atenuarla. Esa tarde el olor del miedo agitado por la ventisca le impedía respirar, se sentía mareado y con náuseas. Decidió despachar a los pacientes que esperaban su turno y cerrar la consulta temprano. Sorprendida, su asistente le preguntó si estaba enfermo. Trabajaba con él desde hacía once años y en todo ese tiempo el médico nunca había descuidado sus obligaciones; era un hombre metódico y puntual. «Nada serio, sólo un resfrío, frau Goldberg. Me iré a casa», replicó él. Terminaron de ordenar el consultorio y de desinfectar el instrumental y se despidieron en la puerta, como cada día, sin sospechar que no volverían a verse. Frau Goldberg se dirigió a la parada del tranvía y Rudolf Adler se fue caminando a paso rápido las pocas cuadras que lo separaban de la farmacia, con la cabeza enterrada entre los hombros, sujetándose el sombrero con una mano y su maletín con la otra. El pavimento estaba húmedo y el cielo encapotado; calculó que había lloviznado y que más tarde caería uno de esos chaparrones de otoño que siempre lo pillaban sin paraguas. Había recorrido esas calles miles de veces, las conocía de memoria y nunca dejaba de apreciar su ciudad, una de las más hermosas del mundo, la armonía de los edificios barrocos y art nouveau, los árboles majestuosos en los que ya empezaban a caer las hojas, la plaza de su barrio, la estatua ecuestre, la vitrina de la pastelería con su despliegue de dulces y la del anticuario, llena de curiosidades; pero en esa ocasión no levantó la vista del suelo. Llevaba el peso del mundo en los hombros.
 
 
 Ese día los rumores amenazantes empezaron con la noticia de un atentado en París: un diplomático alemán asesinado de cinco tiros por un muchacho judío polaco. Los altavoces del Tercer Reich clamaban venganza.
 Desde marzo, cuando Alemania había anexado a Austria y la Wehrmacht desfiló con su soberbia militar por el centro de Viena, entre los vítores de una multitud entusiasta, Rudolf Adler vivía angustiado. Sus temores habían comenzado unos años antes y aumentaron en la medida en que el poder de los nazis se fortaleció con el financiamiento y las armas de Hitler. Recurrían al terrorismo como arma política, aprovechando el descontento, especialmente de la juventud, por los problemas económicos, que se arrastraban desde la Gran Depresión de 1929, y el sentimiento de humillación que produjo la derrota de la Primera Guerra Mundial. En 1934 asesinaron al jefe de Gobierno, Dollfuss, en un fallido golpe de Estado, y desde entonces habían matado a ochocientas personas en diversos atentados. Amedrentaban a sus opositores, provocaban disturbios y amenazaban con una guerra civil. A comienzos de 1938 la situación de violencia interna era insostenible, mientras al otro lado de la frontera Alemania presionaba para convertir a Austria en una de sus provincias. A pesar de las concesiones que hizo el Gobierno ante las demandas alemanas, Hitler ordenó la invasión. El partido nazi austríaco había preparado el terreno y las tropas invasoras no sólo no encontraron ninguna resistencia, sino que fueron aclamadas por la mayor parte de la población. El Gobierno claudicó y dos días más tarde el mismo Hitler entró triunfante en Viena. Los nazis establecieron un control absoluto en el territorio. Toda oposición fue declarada ilegal. Las leyes germanas, el aparato de represión de la Gestapo y las SS, y el fanatismo antisemita entraron en vigor de inmediato.
 Rudolf sabía que también Rachel, su mujer, quien antes había sido racional y práctica, sin la menor tendencia a imaginar desgracias, ahora estaba casi paralizada por la ansiedad y sólo funcionaba con ayuda de drogas. Ambos procuraban proteger la inocencia de su hijo Samuel, pero el niño, que iba a cumplir seis años, tenía la madurez de un adulto; observaba, escuchaba y entendía sin hacer preguntas. Al principio Rudolf medicaba a su mujer con los mismos tranquilizantes que les recetaba a algunos de sus pacientes, pero como le hacían cada vez menos efecto, reforzó el tratamiento con unas gotas poderosas, que conseguía en frascos oscuros sin etiqueta. Él las necesitaba tanto como ella, pero no podía tomarlas porque habrían interferido en su habilidad profesional.
 Las gotas se las entregaba sigilosamente Peter Steiner, el dueño de la farmacia, que era su amigo desde hacía muchos años. Adler era el único médico a quien Steiner confiaba su salud y la de su familia; ningún decreto de las autoridades que prohibía las relaciones entre arios y judíos podía alterar la estima que los unía. En los últimos meses, sin embargo, Steiner debía evitarlo en público, porque no se podía permitir líos con el comité nazi del barrio. En el pasado habían jugado miles de partidas de póker y ajedrez, compartían libros y periódicos y solían ir

More eBooks

The Obsidian Society Cover Image
The Obsidian Society

Author: Keshara Moore

Year: 2023

Views: 13827

Read More
Knuckles' Wreckage Cover Image
Knuckles' Wreckage

Author: Jean Marie

Year: 2023

Views: 16069

Read More
Touch of a Ruthless Demon Cover Image
Touch of a Ruthless Demon

Author: A.M. Mason

Year: 2023

Views: 43021

Read More
Cursed by Magic: Paranormal Women's Midlife Fiction (Midlife Demons and Demigods Book 3) Cover Image
Cursed by Magic: Paranormal Women's...

Author: Tia Didmon; Victoria C Crawford

Year: 2023

Views: 14969

Read More
Doublure Tragique Cover Image
Doublure Tragique

Author: Sherily Holmes

Year: 2023

Views: 5702

Read More
Bianca & the Huntsman Cover Image
Bianca & the Huntsman

Author: Erica Ridley

Year: 2023

Views: 58645

Read More
All Your Life Cover Image
All Your Life

Author: Lily Foster

Year: 2023

Views: 38666

Read More
A Virgin to Seduce the Duke Cover Image
A Virgin to Seduce the Duke

Author: Hamers, Violet

Year: 2023

Views: 41677

Read More
The Art Of Hood Love: Shabu Cover Image
The Art Of Hood Love: Shabu

Author: Antoinette Sherell

Year: 2023

Views: 11151

Read More
Sing, Nightingale Cover Image
Sing, Nightingale

Author: Marie Hélène Poitras

Year: 2023

Views: 35693

Read More