Author/Uploaded by Alfredo De Braganza
Título: Hasta mañana si Dios quiere Copyright © 2023 Alfredo de Braganza Todos los derechos reservados. Este libro digital está licenciado exclusivamente para su uso personal. Este libro electrónico no se puede copiar, revender o entregar a terceros. En caso de desear compartir este libro con un tercero, por favor compre una copia adicional para cada receptor. Si está leyendo este libro y no lo...
Título: Hasta mañana si Dios quiere Copyright © 2023 Alfredo de Braganza Todos los derechos reservados. Este libro digital está licenciado exclusivamente para su uso personal. Este libro electrónico no se puede copiar, revender o entregar a terceros. En caso de desear compartir este libro con un tercero, por favor compre una copia adicional para cada receptor. Si está leyendo este libro y no lo compró, por favor vaya a Amazon y compre su propia copia. Gracias por respetar el duro trabajo de este autor. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes del copyright al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Web del autor: https://alfredodebraganza.com/ Redes sociales del autor: Amazon Facebook Twitter Instagram Goodreads A Dino y Ariam. A Rina, Maya y Lucy. A Enrique Laso, in memoriam. «Todos somos distintos, en cierto sentido. Haz de esa diferencia tu fortaleza». Enrique Laso «Cuando el crimen es rentable, aumenta». Dr. Peter C. Gøtzsche «El corazón de los hijos de los hombres está lleno de maldad y hay locura en su corazón toda su vida». Eclesiastés 9:3 PREFACIO Gritó pidiendo ayuda. Sus fuerzas flaquearon. Comenzó a sumergirse y su angustia fue en aumento. El agua le cubría ya el cuello. Alzó los brazos al aire intentando agarrarse a algo, pero cualquier salvavidas era inaprensible. Quería suplicar, pero ya no le salía ningún sonido. Quería salir del agua, pero no podía. Quería seguir viviendo, pero no aguantaba más. Poco pudieron hacer las personas que se apresuraron a socorrerla saliendo en lancha desde el embarcadero. La joven que murió ahogada se llamaba Blanca Ruiz. PARTE UNO SECRETOS DEL PASADO CAPÍTULO 1 Con música de Bach de fondo, una joven conducía un Mini Cooper de tres puertas de color rojo por una carretera de montaña. Excepto por un camión con un remolque acoplado en el que transportaba ganado, no se había cruzado con ningún vehículo desde que había iniciado el ascenso. Paró en el arcén. Observó por la ventana. Varias vacas estaban pastando tranquilamente sobre un campo verde. Era el mes de mayo y la temperatura se mantenía fresca. El cielo era de un azul intenso y el paisaje centelleaba. Más allá, se veían las colinas y la carretera serpenteante que debía tomar. Blanca Ruiz llevaba al volante cuatro horas. Fatigada por el tiempo que dedicaba al estudio y la presión en la facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, reflexionaba sobre lo bien que sentaba salir de la ciudad por unos días. Consultó el mapa en la pantalla de su teléfono móvil. Moncada quedaba cerca. La pequeña población era un lugar alejado de la carretera nacional, solo accesible por desvíos poco transitados, caminos trillados, estrechos valles y colinas arropadas por árboles silvestres. Se presionó las sienes con la punta de los dedos y se dio un suave masaje; apretó en círculos los laterales de la cabeza, ordenando al cansancio que desapareciera. Era algo más que eso; sentía el llamado mal de altura por el ascenso de forma brusca. Arrancó de nuevo, confiada en que se dirigía en la dirección correcta. «Ya queda poco, campeona», se dijo. El chelo que tocaba una sonata de Bach en el reproductor hizo que se alegrase. Al cabo de unos minutos, llegó a un cruce y apretó a fondo el freno. «Ahora, ¿izquierda, derecha o sigo recto?». Se bajó del coche. Estaba rodeada por un espeso bosque. Miró la hora. No tardaría en comenzar a atardecer. Calculó que, por la latitud, enseguida oscurecería. Si se retrasaba en llegar a su destino, se haría pronto de noche, lo que complicaría su viaje. Oyó a los pájaros en los árboles. Respiró hondo y expiró con satisfacción. Alzó la cabeza hacia el cielo, se encogió de hombros e hizo movimientos circulares con los hombros y el cuello a un lado y a otro. Luego arqueó la espalda para aliviar la tensión de mantener la misma posición durante tantas horas. Volvió al coche. Arrancó, puso la primera y reinició el viaje. Comenzó a bajar una pendiente. Desvió la mirada un instante hacia la ventana para observar el paisaje cuando de repente una cabra montés saltó del interior del bosque y cruzó la carretera. Luego otra y otra y otra. Ella, con el corazón acelerado, agarró el volante con tanto afán que se le pusieron blancos los nudillos, pegó la espalda al respaldo del asiento y pisó el freno a fondo. Levantó el pie del pedal, volvió a pisarlo y consiguió controlar el patinazo. Mantuvo el coche enderezado hasta que las ruedas se aferraron al sendero. El coche subió sobre un terraplén y, tras una violenta sacudida contra un arbusto, el cuerpo de Blanca se proyectó hacia adelante, pero el cinturón de seguridad tiró de ella con brusquedad. El vehículo quedó parado. Estaba sentada, tensa, con el corazón en un puño y asiendo el volante con las dos manos. Le vinieron a la mente unas palabras de una de sus muchas lecturas sobre psicología. Decía algo así como que la línea entre la vida y la muerte era siempre muy delgada. Maldita sea. ¿Por qué siempre tenía que relacionar todo con sus estudios? Se dio unos golpecitos con las palmas de las manos en el rostro. Alzó los ojos. A través del cristal vio que tenía enfrente muchos árboles con hojas caducas cuyas ramas desnudas parecían extremidades de esqueletos alzadas