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Una oportunidad para amarte

Author/Uploaded by Belem Duarte

AGRADECIMIENTOS
 ––––––––
 A mi primera lectora, la que me dio alas para intentarlo, la que solo sabe apoyarme en todo y para todo: mi madre.
 Al hombre que elegí compañero, por emocionarse conmigo y creer en cada uno de mis sueños y proyectos.
 A las lectoras que, sin conocerme, se dejaron tocar el alma por lo que escribo y me motivaron para seguir.
 
 
 Una oportunida...

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AGRADECIMIENTOS
 ––––––––
 A mi primera lectora, la que me dio alas para intentarlo, la que solo sabe apoyarme en todo y para todo: mi madre.
 Al hombre que elegí compañero, por emocionarse conmigo y creer en cada uno de mis sueños y proyectos.
 A las lectoras que, sin conocerme, se dejaron tocar el alma por lo que escribo y me motivaron para seguir.
 
 
 Una oportunidad para amarte
 
 
 
 Belem Duarte
 
 
 Published by Belem Duarte, 2023.
 
 
 
 
 
 This is a work of fiction. Similarities to real people, places, or events are entirely coincidental.
 
 
 
 UNA OPORTUNIDAD PARA AMARTE
 
 
 First edition. January 20, 2023.
 Copyright © 2023 Belem Duarte.
 
 
 
 Written by Belem Duarte.
 
 
 10 9 8 7 6 5 4 3 2 1
 
 
 Tabla de Contenido
 Título
 Title Page
 Copyright Page
 Dedication
 1. ANTES
 2. CUANDO TE VI
 3. CONOCERTE
 4. VOLVER A VERTE
 5. NO QUIERO SABER DE TI
 6. ESCÚCHAME
 7. ME CONFUNDES
 8. ME GUSTAS
 9. SIN MIEDO
 10. TE EXTRAÑO
 11. CUENTA CONMIGO
 12. ¿ME AMAS?
 13. JUNTO A TI
 14. AÚN NO CONFÍAS
 15. LA SOMBRA DE MI PASADO
 16. ME DUELES
 17. DECIRTE ADIÓS
 18. LEJOS DE TI
 19. TU VOZ
 20. SOLO UN MOMENTO
 21. SIEMPRE FUISTE TÚ
 22. TU REGRESO
 23. AMAR Y CONFIAR
 EPÍLOGO
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 A los motores de mi vida, mis hijas: Amanda y Elisa.
 
 Que siempre alcancen sus sueños: vuelen alto mis amores.
 
 
 
 1. ANTES
 
 Hasta los dieciséis años fui una adolescente más rebelde de lo común, incapaz de pensar las consecuencias de mis actos. Entonces un embarazo no planeado, fruto de una relación condenada al fracaso, cambió mi vida. 
 Los primeros meses, pasado el trago amargo del positivo que temía, quise negarlo. Era nada, era poco, sólo minúsculas células de otra parte mezcladas con las mías. Células que hicieron notar inclementes su presencia, gritando con una voz muda, llamándome y demandando aceptación como un mandato que clamaba ser obedecido desde la profundidad de mi propio ser, y de una naturaleza que desconocía. Nunca me sentí tan cansada como esos días. Se sumaron otros síntomas innegables. La acusadora molestia en mis pechos, piquetes en mi carne adolescente que parecían un castigo, el siempre presente malestar estomacal, las ganas de no comer, el deseo de dormir... y morir. 
 Decidí que no estaba lista para ser madre, pero tampoco podía pensar en cortar esa vida que ya sentía. Lo intenté, pero fui incapaz de hacerlo. Consideré la adopción. Me convertí en un vientre cobijando a un hijo ajeno; un hijo que me acompañaría largas semanas y que vibraba al compás de mi voz; un hijo que se arrullaba con mis movimientos, que se movía buscando mi mano cuando tímidamente la resbalaba por mi vientre abultado. Un niño al que puse un nombre que cantaba estando a solas, cuando creía que nadie me escuchaba. 
 La melodía era simple. Brotaba de mi garganta con una voz tierna, como todos los pensamientos que le dedicaba al pequeño que sin haber nacido estaba tomando posesión de mi corazón. Sin saberlo, me estaba enamorando. A mis cortos años, estaba conociendo el significado de la palabra anhelo.
 Comencé a soñar con el rostro del niño. Al despertar, casi podía percibir su olor. Fue uno de esos sueños nítidos lo que me permitió tenerlo entre mis brazos. Su cabecita reposaba en mi pecho y yo corría llevándolo conmigo. Únicamente recuerdo el camino largo que se extendía frente a mí: una acera vacía, alumbrada apenas por luces nocturnas de las que brotaban sombras con largos brazos y bocas abiertas que nos perseguían. Corrí más, con todas mis fuerzas, hasta sentir que el aire se me acababa por esfuerzo y angustia. Desperté antes de escapar, sin saber si aquellas espeluznantes sombras habían logrado arrebatarme a mi pequeño. Eso era él: mi pequeño, mi hijo. No podía ni quería seguir negándolo. Sería su madre al menos los meses que siguiera conmigo. 
 La idea de entregarlo me perturbaba un poco más cada día. Al escuchar los golpeteos de su corazón recién formado, supe que sería una decisión que me cambiaría la existencia. Pero no tenía opción. Poco podía ofrecerle: era una adolescente sin nada más que el deseo de tenerlo cerca. Ni siquiera contaba con el consejo de mi madre, fallecida prematuramente, para librarme de las preocupaciones. No sabía qué era normal y qué no, qué pasaría y qué no. Algo dentro me decía que lo que sentía solo podía crecer. Deseaba equivocarme. No podía ni dormir pensándolo ¿Y si lo quería más? ¿Y si al tenerlo no podía separarme de él? ¿Qué haría después si decidía conservarlo?
 Un día ese sentimiento opresor llegó al límite cuando caminaba de regreso a casa. Las clases en la preparatoria se habían vuelto espantosas. El calor insoportable, las largas horas en la butaca, hinchaban mis piernas y tobillos. Además, todos se fijaban en mí. Algunos me dedicaban miradas apenadas, otros más maliciosas. Hasta mis amigas se sentían incómodas con mi embarazo y la apariencia que estaba adoptando. No podían alegrarse. Ellas sabían que no estaba bien. No estaba bien ser una niña y traer dentro a otro niño, no estaba bien que escuchando la clase tuviera que levantarme más de dos veces para ir al sanitario, no estaba bien que no pudiera participar en la clase de deportes. Dudaban si acariciar mi vientre como hacen las amigas de una mujer embarazada. Se preguntaban si hablar de lo que sería mi hijo o simplemente actuar como si nada hubiera cambiado. 
 Esa mañana en particular mis hormonas conspiraron, haciendo insoportable el continuar en la escuela. Me disculpé con el profesor, acusé a un malestar inexistente de no permitirme seguir con las clases, y salí corriendo del centro escolar. El guardia de la puerta tuvo que detenerme. Su

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